sábado, 18 de agosto de 2007

Abrumado estoy (Actualización al 15 de septiembre).

Les cuento cómo va la cosa más o menos.

De Oli, pues está mejor. Ya no tiene moretones y los raspones sanaron y aunque al dormir aún tiene un poco de molestias, ha regresado a trabajar y, como siempre, lo hace muy bien.

De la jovencita. No sabemos mucho, excepto que el médico legista debe haber cometido un error de diagnóstico (¡que bien que no es el médico tratante!), porque a ella la han operado cuatro veces ya y no sólo de la clavícula. No sabemos bien de qué pero hasta ahí de su estado de salud. Lo malo para ella es que resulta que es corresponsable del accidente, dado que a 10 metros del lugar donde la atropellaron hay un puente peatonal y ella cruzaba por el arrollo vehicular. A ver qué resulta de eso.

Del fulano. Salió en libertad bajo fianza, lo que quiere decir que tiene que regresar a firmar cada ocho días para demostrar que sigue en Puebla, pero anda libre. La fianza que depositó apenas alcanzaría para nuestros gastos, sin cubrir los de la joven, que seguramente son más altos, así que quién sabe qué pasará por ahí. Nuestro abogado está haciendo lo mejor que puede (no tengo duda de ello, porque es mi sobrino), pero los procesos son lentos. Demasiado lentos para mi gusto.

No hemos podido recuperar el coche, y ahí no sabemos la razón. Tenemos todos los documentos necesarios, pero no nos dejan sacarlo del corralón (encierro), así que seguimos. He usado ya algunas influencias, cosa que no me gusta, pero era necesario. Ahora a ver qué pasa con eso...

Y lo más importante. Nuestro estado de ánimo.

Vamos mejorando. El estrés que nos causó el accidente ha ido cediendo (aunque el que nos provocan los problemas normales ahí sigue... jejeje), y vamos entendiendo que esto ha sido una bendición y una lección.

Habrá que asumir las dos con inteligencia y humildad.

Gracias de nuevo a todos y a todas. A los que han comentado, dicho y solidarizádose en los otros blogs y en éste y creánme que estamos muy agradecidos. La vida deberá recompensarlos de algún modo.

Les dejo un abrazo fuerte a todos y un beso largo a todas.

¡GRACIAS!


PS. Perdón por no haber contestado cada uno de los comentarios de este y los demás posts de cada blog. Algunos supieron que me quedé sin internet casi 15 días y mi trabajo tiene mucho que ver con eso, así que nomás me he dedicado a reponer el trabajo. De todos modos, he leído todos los comentarios de todas las entradas de todos los blogs. Gracias de nuevo.
_____

Han sido tantas muestras de cariño, de solidaridad, de amistad, que abrumado estoy y contento.

Gracias a todos y todas, por venir, por decir, por sentir y por pensar acerca de lo que nos pasó.

Esto de los blogs y sus autores, se pone cada vez mejor ¿no creen?

Es como una familiota, que medio lejana o medio cercana, siempre está ahí. Leyendo-estando y aprendiendo a ser mejores.

Gracias. En verdad gracias.

Les cuento que Oli está muy recuperada. Le duelen todavía sus golpes y le dan comezón sus heridas, pero eso quiere decir que está mejorando.

La niña atropellada no ha dado noticias, así que suponemos que está mejor y que por alguna razón no quisieron levantar la denuncia correspondiente. Queremos pensar que se está recuperando, porque si no, ya nos habrían llamado a testificar en su querella.

El sujeto salió libre bajo fianza y seguimos en el asunto. A ver cuándo y cómo se resuelve.

Bueno ya. Gracias de nuevo. En verdad.

Blas.

domingo, 12 de agosto de 2007

Nosotros.


La foto de Nosotros
Nos la tomó un amigo, pero es mía.
En cada uno de mis blogs hay un comentario
distinto sobre el accidente, al final de la entrada


Ayer sábado 11 de agosto a las 13:30 horas, un estúpido irresponsable atropelló con su auto a Oli, mi esposa. Ella está toda golpeada y con muchos raspones, le duelen muchas partes del cuerpo, pero en lo que cabe, está bien, aunque deberán hacerle más estudios todavía.

A mí, este joven criminal de 23 años, me produjo algunos golpes y raspones menores, pero la peor librada fue una joven de unos 14 años, aproximadamente la edad de mi hija, a quien proyectó a unos 15 metros de distancia y que en un principio pensamos que iba a morir. No fue así, pero sigue grave.

El sujeto iba “conduciendo” su auto compacto a 120 kilómetros por hora, en una avenida urbana, en tercer grado de alcoholismo (de tres grados en total), y cuando salimos del ministerio público, a las 20:30, todavía seguía bajo los efectos de su tremenda borrachera.

Su madre me pidió perdón muchas veces durante toda la tarde y hubo alguien que me dijo que el sujeto era un hijo de la chingada. No. El irresponsable en el accidente, al conducir en ese estado, es sin embargo responsable completo y absoluto de la concreción del accidente. No. Su madre no tuvo nada que ver.

Si al final de cuentas el sujeto sale libre, bajo fianza o como inocente, comprobaré una vez más que las leyes no se cumplen más que para unos cuantos. Si al final queda en la cárcel el tiempo que determine un juez, tampoco quedaré conforme.

Ayer en la noche, entre que no podía dormir y las necesidades que fue teniendo Oli, pensé mucho en si debería escribir esto o no.

Lo hago, porque de nada sirve que yo siga diciendo para mí que el alcohol mata (no sólo a quien lo bebe, sino a quienes pueden cruzarse en su camino), sino para decirlo a todos.

Ayer, nuevamente, como les cuento en la penúltima entrada de este mismo blog, tuve que pensar en todas las cosas que se piensan cuando la muerte nos hace saber que está ahí, esperando nomás.

Ayer, decidí que no pararé de decir a los cuatro vientos dos cosas: Amo a mis Olis y El alcohol mata.
_____

Estábamos esperando que Oli Berenice terminara su trámite de inscripción a la preparatoria. En verdad que el orgullo y la alegría que nos produjo que terminara la secundaria como lo hizo, me habían sido un bálsamo en el mar de problemas que tenemos. Siempre quise, desde que mi secundaria y preparatoria me parecieron la puerta de mis primeros fracasos, que mis hijos, cuando los tuviera, fuesen más inteligentes que yo y supieran hacer un poco más que decorosamente estos niveles de la educación formal.

Oli Bere lo hizo brillantemente. Y ahora que estábamos por terminar su trámite para la prepa, fuimos mi suegra, Oli mi esposa y yo, a acompañarla a ella y a sus amigas Zaira y Ericka, que por fortuna también entraron a la misma escuela, a las instalaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde se dispusieron los procedimientos para hacerlo.

Entraron las chicas y nosotros quedamos afuera, esperando. Llevamos los dos coches porque de ahí, yo regresaba con las muchachas a la casa y Oli y su mamá irían de compras. Sin embargo, en la espera estuvimos cerca del coche de Oli, estacionado a la orilla de la calle, con el lado del conductor dando hacia el arroyo vehicular. Doña Alicia estaba en el asiento del copiloto y nosotros en la banqueta. Después de un tiempo, le dije a Oli que mejor entráramos al auto, porque amenazaba lluvia y dijo que sí, pero que primero iría a comprar una tarjeta para agregarle credito a su teléfono celular (el móvil).

Compré unas papas fritas (chips) y me subí al asiento del piloto, esperando el regreso de Oli. Le ofrecí un bocado a mi suegra quien dijo que no y en eso estábamos cuando vi a Oli parada a un lado de mi puerta, a punto de abrirla. Me adelanté un poco para salir y que ella se quedara en su asiento y yo me pasara al de atrás, cuando oímos el breve, brevísimo chillido de las llantas al frenar, un golpe, vi un cuerpo volando encima de Oli, la cara de ella llenándose de espanto y luego el golpe en pleno arrancando la puerta de nuestro auto, con Oli enmedio.

El momento se me hace eterno. El culpable hace un giro violento para regresar al carril pasando a centímetros de ella; Oli cayéndose a un lado de la llanta de nuestro auto, golpeándose la cabeza en el piso, llena ya de golpes por el atropellamiento, yo jalando de su pantalón para que no caiga y queriendo salir del coche, dándome cuenta medio entre nubes que ya no hay puerta que lo impida; bajándome de inmediato, en medio un montón de papas volando, para ver qué tenía, si estaba consciente, alerta o si, por el contrario, había perdido el sentido.

Mi suegra gritó de desesperación y se bajó del coche por la otra puerta y, ahora lo sé, recordó vivamente la muerte de uno de sus hijos, Luis, mi cuñado, en el año 2000, también en un accidente de auto.

Oli me miró a los ojos, llenitos de miedo y de dolor, de espanto y necesidad. La dije que no se moviera y comencé a buscar en mi teléfono a quién hablarle. No pensé de inmediato en el número de emergencias y no sabía a quién llamar. No acertaba a pulsar los botones con la mínima cordura, hasta que salió un número: Mi cuñado Erwin, esposo de mi hermana Marina. Le llamé y le dije: atropellaron a Oli... a Oli grande; estoy frente al Polideportivo de la BUAP con dirección a Valsequillo y colgué.

Depués de ver que Oli estaba consciente, corrí al lado del primer cuerpo golpeado, el que vi volar. Era una señorita de unos 14 años, con la mirada totalmente perdida, en sus ojitos abiertos, idos, mirando el vacío. Pensé que habría muerto. Alguien lo gritó. Le pasé la mano frente a los ojos y entonces reaccionó. No la toqué. Sólo pasé la mano como cuando un amigo quiere saber si vemos teniendo una venda en los ojos y nos pasa la mano enfrente.

Reaccionó y grité ¡está viva!, ¿ya llamaron a los servicios de emergencia?, a quien quisiera contestarme. De pronto al voltear para regresar con Oli, vi a la mamá de esta niña que al darse cuenta de que era su hija la que está tirada a media calle, reaccionó voltéandose violentamente, gritando de dolor y espanto, negándose a ver. La jalé, quizá bruscamente, y le dije: Su hija está viva y la necesita tranquila. Usted va a tomar decisiones importantes. Tranquilícese. Y corrí donde Oli.

La ambulancia no llegaba, así que por primera vez, quizá tres minutos después del golpe, hablé al 060, para pedir ayuda: "Esta llamada será grabada. Hemos identificado su teléfono" o algo así, y luego una señorita:

- Emergencias. Dígame en qué puedo ayudarle.
- Atropellaron a mi esposa. Estamos aquí y aquí...
- Ok. Ya tenemos el dato. La ambulancia va para allá.
- Oiga. Son dos lesionados. Mi esposa y una niña.
- ¿Dos? Van para allá dos ambulancias. Tranquilícese.

Y entonces comprendí que lo que le dije a la mamá de la niña, era lo mismo que debía hacer.

Cuando terminé la llamada vi a Oli ya en la banqueta, recostada, muy pálida, con la ropa hecha jirones, sin zapatos, respirando muy rápido. Le tomé el pulso y quise saber que estaba estable, pero en tres segundos no se toma el pulso. No pude hacerlo. Mi suegra por su parte estaba pálida al punto del desmayo. Pero es una mujer fuerte que sabe enfrentar estas cosas y resistió.

Me volví a Oli y entonces pensé en el estúpido que provocó todo esto.

No sé de dónde, apareció una patrulla de tránsito y el policía me preguntó qué había pasado. Alguien le acercó un papel con los datos de las placas del culpable y, con más polícías cada vez en distintas patrullas, éste primero se dio a la persecución del irresponsable.

Mientras tanto, los demás autos en la calle, desde luego alentaron su velocidad, pero al quedar sólo un carril, también sus conductores evidenciaron su morbo. Lentamente, más lentamente de lo necesario, iban viendo uno a uno el lado izquierdo de nuestro coche, desecho, a la niña en el piso y apenas alcanzaban a ver a Oli que estaba oculta también por el coche nuestro.

Llegó la ambulancia y le pedí que atendieran primero a la niña. Estaba obviamente más grave que Oli y yo sé que estas decisiones son duras, pero son de vida o muerte. Esperaba que llegara pronto la segunda ambulancia.

Pero no llegaba. Cuando estabilizaron a la niña, le pedí a uno de los paramédicos que revisara a Oli. Lo hizo. Le insistieron en lo mismo que le había dicho antes: no se mueva para nada, y se fueron con la niña y su madre destino al hospital.

Pasaron más minutos, quizá unos 5 o 6 y entonces me acordé de mi hija. Ella estaba dentro de la instalación de la Universidad y no sabía nada. Le hablé. Le pregunté cómo iba todo y me dijo que estaban sentadas esperando y que no habían hecho nada aún. Le dije que estaba bien, que se tranquilizara y, desde luego por el tono de mi voz, lo último que alcanzó a decir fue: Si pá, pero ¿que onda?... no como pregunta para mí, sino para ella, como diciendo, ¿qué le pasa a mi padre?

Volví a ver a Oli y seguía tirada. Empezó a llover, la ambulancia no llegaba y nomás veía yo cada vez más patrullas de la policía de tránsito.

Uno de ellos me preguntó:

- ¿Usted es familiar de algún herido?
- Si. Ella es mi esposa, y señalé a Oli.
- No se preocupe. Ya detuvimos al culpable. Lo llevan ahora a la delegación.
- ¿Y qué debo hacer?
- Cuando termine de atender a su esposa, debe ir a la delegación a presentar su denuncia de hechos y levantar la querella contra el culpable.
- ¿A cuál delegación?
- A la que está aquí adelante, junto a los Bomberos.
- Gracias, acerté a decir y nada más.

Regresé con Oli y le pregunté cómo seguía. La vi un poco más tranquila, despierta, consciente. Y mi suegra ya había recogido las cosas de valor que vio dentro del coche. Pero la ambulancia no llegaba. Volví a hablar al 060 y le dije creo que a la misma señorita:

- Oiga, del accidente frente al Polideportivo, sólo llegó una ambulancia y mi esposa sigue sin atención.
- ¿No ha llegado la segunda ambulancia?
- No señorita, y perdone si soy rudo, pero si hubiera llegado, ¿le estaría hablando de nuevo?
- Ahora mismo le envío otra unidad. No se preocupe. Tranquilícese señor. Su esposa va a estar bien. Su nombre es Blas Torillo, ¿verdad?
- Si señorita. Yo le hablé antes.
- Gracias. No se apure. Van para allá.

En ese momento decidí que la ambulancia, cuando llegara, llevaría a Oli al hospital donde nació Oli Bere, aquel que les cuento en la entrada de abajo. La razón es que ahí es donde le dan servicio médico a los trabajadores del estado y Oli es derecho-habiente. Ahora sé que ella había tomado esa decisión casi desde el principio.

Por fin, a lo lejos, unos 10 o 12 minutos después del accidente, se vieron las luces de la ambulancia que venía, decididamente por Oli. Los coches de los mirones iban tan lento como su morbo les indicaba y cuando al final pudo pasar la ambulancia se detuvo muy cerca de Oli, tirada en la banqueta. Los paramédicos le pusieron un collarín y la subieron a una camilla rígida. Después de que la aseguraron debidamente, le pregunté si los papeles del seguro estaban en el coche. Me dijo si, la subieron y mi suegra se fue con ella.

¡Claro! Había que llamar al seguro. A buscar los datos en el coche. Por fin, en un mar de papeles desordenados por mí en ese momento, encontré el libro de ajustadores y llamé. Mi teléfono no enlazó y un hombre de unos 35 años, que apareció de no sé dónde me dijo, si quiere hablamos desde allí. Dije si y entramos a una tienda a unos 5 metros del lugar de donde estaba el coche. Nos prestaron el teléfono muy amablemente, llamé a la aseguradora, me contestaron y les di mis datos. Luego el hombre, me dijo, "vaya con su esposa; yo me encargo". Y él terminó la llamada (Gracias, como quiera que te llames).

De vuelta en la calle, con el coche completamente dañado del lado izquierdo, y a un lado de algún jefe de tránsito que preguntaba cosas, el hombre de la llamada se me acercó y me dijo:

- Dicen en el seguro que ya terminó su vigencia y no se renovó. Que nada pueden hacer.

El jefe, que resultó ser perito de tránsito me preguntó qué había visto, si yo era testigo y le conté lo que acabo de escribir. Él hizo sus anotaciones, y comenzó a preguntarle a otras personas.

Entonces llegaron mi cuñado Erwin y mi hermana Marina. Me preguntaron que en qué ayudaban. Le pedí a Mari que esperara a las muchachas, que no sabía cuánto tardarían pero que suponían que nosotros estaríamos esperándolas, y a mi cuñado le pedí que me acompañara a la delegación. En cuanto subieron el coche de Oli a la grúa-plataforma, nos pusimos en camino y entonces, a bordo de mi propio auto, sólo entonces empezó mi verdadera angustia y lloré.

Blas Torillo.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Olivia Berenice.


La foto de Oli y Oli 2
es mía


Había sido una semana de locos. Entre el trabajo y algunas pequeñas complicaciones del embarazo de Oli, las cosas se veían difíciles al final de esta etapa de mi vida. En la empresa las cosas no marchaban bien (¿quién dice que en la vida las cosas no se repiten?), y ya habíamos decidido que cuando llegara el momento del parto, iríamos al servicio médico que le dan a Oli en su trabajo.

Para eso faltaban aún casi dos meses. Mientras, nos invitaron a la fiesta de uno de mis sobrinos en la Ciudad de México y para allá partimos. Cuando llegamos, Oli estaba muy hinchada. Los pies no le cabían en los zapatos y se sentía un poco mal. Pero disfrutamos de la fiesta. Incluso hubo una función de teatro con actores vistiendo enormes botargas, que contaron un cuento padre y nos hicieron reír mucho.

Finalmente llegó la hora de regresar y volvimos a nuestra casa en Puebla ya muy noche. Dos días después, Oli se sintió peor y decidimos ir temprano en la mañana, al consultorio del ginecólogo que la estaba tratando.

Alfonso Salmón, el doctor, después de revisarla le ordenó que regresáramos a casa y que guardara reposo absoluto. Absoluto, insistió.

Así lo hicimos y me quedé a cuidarla con más preocupación cada vez. Oli se hinchaba cada día más y el miércoles, llamamos a Alfonso para que viniera a verla. Mientras llegaba, ella se acomodó algunas almohadas para sentarse en la cama y poder hacer algo que no recuerdo que fue.

Cuando Alfonso llegó, nos regañó por esto último: Reposo absoluto les dije. Ni siquiera se puede sentar. Tiene pre-eclampsia, cosa que no entendimos y menos cuando nos dijo, bueno, toxemia.

Las palabrejas me sonaron a cosa grave, cualquiera de las dos, aunque fueran lo mismo.

Además de darle su medicina en las horas indicadas, me pidió que le tomara la temperatura y que midiera su presión arterial cada hora, a menos que se sintiera mareada o demasiado débil o que vomitara o cualquier cosa aún más extraordinaria, porque entonces deberíamos hacer todo eso y llamarle de inmediato.

Pues si. Nos asustamos. Pasaron los días y la cosa medio se estabilizó, si no contamos que a ella le dolía mucho la cabeza, se hinchaba a veces más de lo que ya estaba y a veces la bajaba o le subía la presión hasta poquito antes de las marcas que indicarían una urgencia.

Oli y yo nos habíamos casado cuatro años antes y aunque habíamos buscado tener un hijo desde que teníamos más o menos un año juntos, no se había podido. Cuando siete meses antes de esa semana crítica en el hospital nos habían confirmado que estábamos embarazados (digo… el día que nos casamos nos dijeron que ya éramos uno, así que los dos lo estábamos), nos emocionamos mucho. Qué digo mucho… ¡Muchísimo! ¡Íbamos a ser papás! y la vida entonces nos pareció más linda que nunca antes.

El embarazo fue normal, hasta esa semana, fuera de algunos dolorcillos de vez en vez y de las molestias de la creciente panza con nuestro hijo dentro.

El lunes teníamos cita en el hospital y cuando salimos, muy temprano, para allá, la cosa se puso peor. Cualquier movimiento provocaba que Oli se mareara o que se sintiera peor aún y estaba hinchadísima.

Llegamos y cuando pasamos a la consulta, le contamos al doctor que la atendía allí todo lo que había pasado en la semana que terminó y cómo fue que vivimos esos días. El doctor ya no la dejó salir. La mandó a urgencias.

Hice el trámite de la hospitalización, pensando aún que quizá ella podría estar unos días allí, aunque todo indicaba que nuestro bebé nacería antes de los nueve meses. Después fui por ropa a la casa, además de las cosas que se me ocurrieron para poder atenderla, arreglé algún asunto del trabajo, le hablé a mis suegros a Cuetzalan para informales y a mis papás a su casa por lo mismo. Al empezar la tarde me fui al hospital y me informaron que ya no estaba en urgencias, sino que la habían llevado a tococirugía, nueva palabreja que, me explicaron, quería decir que ella estaba rodeada de mamás a punto de tener a sus hijitos, entre puro especialista y atendida permanentemente y que no había de qué preocuparse.

Fui a comer una torta (un emparedado, para explicarme a los amigos de otros países), del puesto frente al hospital, compré algo para comer en la noche y me regresé a la que fue mi posta hasta el día siguiente: el descanso de la escalera frente a tococirugía. Más tarde llegaron mis suegros que se quedaron en algún piso de abajo.

Como a las diez de la noche, salió un enfermero de la sala y le pregunté por Oli.

- ¿La señora con pre-eclampsia?
- Supongo que sí, si es la única con eso.
- Está delicada, pero no se apure. La estamos checando cada 15 minutos.

¡Cada quince minutos! ¿Delicada? A mí me pareció realmente grave. ¿A quién que no esté en peligro lo checan cada 15 minutos?

Pasé una de las peores noches de mi vida.

Entre la angustia de no saber, porque nadie me explicaba nada desde el enfermero aquel; la esperanza de un bebé por llegar; los pensamientos más oscuros que se puedan imaginar respecto de la vida y la muerte, de la soledad o la responsabilidad; una tristeza que a veces se licuaba en mis ojos como si fuera el mar; recuerdos de siete años y medio desde que la conocí, hasta que ya no me dejaron verla ese día; solo, en medio de un hospital frío, con no más ruidos que los gritos de algunas enfermas ahí y en otras salas, pensando en que en cualquier momento me irían a sacar del área, muriéndome de frío, porque por descuido había tomado sólo un mínimo suéter, sentado en el piso, en la escalera, caminando, buscando un baño porque en las escaleras no los hay; yendo de un lado a otro; soñando en un futuro que ahora se veía difícil, pensando en las decisiones que dicen en las novelas que se deben tomar, comiendo una torta fría y un refresco, cayéndome de sueño en la madrugada, pero no dejándome dormir yo mismo.

Viendo el amanecer y cómo es lento el sol desde que se anuncia con un mínimo violeta sobre el negro de la noche, hasta que se desprende del horizonte y vuela, pensando en Oli nomás, llegó la mañana y no había noticia alguna.

Encontré temprano a mis suegros y les dije lo mismo que les acababa de decir a mis papás por teléfono y que era lo mismo que me habían dicho nueve horas antes: está delicada, pero está en constante observación.

Mi suegra me dijo que me fuera a bañar y a dormir un rato. Que ellos estarían al pendiente de la situación y les hice caso.

Llegué a la casa como a las ocho. Me bañé, tomé algo de desayuno y me dormí. Mal, pero dormí.

A las diez y media salí hacia el hospital de nuevo. Busqué a mis suegros y me dijeron que alguien les informó que habían decidido hacerle una cesárea, que habían visto entrar al doctor Cuecuecha, que había atendido a Oli en las primeras etapas del embarazo, pero que no sabían más.

A esperar de nuevo.

Así, a las once y cuarenta y cinco de la mañana del 10 de diciembre de 1991, salió de tococirugía el doctor Cuecuecha, algo les dijo a mis suegros y luego me apartó a un lado para decirme:

- Estuvieron muy delicados los dos. Por poco se nos van.
- Pero ¿están bien ahora doctor?
- Si. Ya pasó el peligro, pero por poco se nos van.
- Oiga doctor ¿y el bebé es niño o niña?

Con los ojos muy abiertos, me dijo:

- ¡Caramba! ¡No sé! Habrá que preguntarle al pediatra, porque por estar atendiendo a su esposa, no me fijé. Pero están bien ahora. Descanse.

Luego supimos que la hora oficial del nacimiento fue a las once y media de la mañana y que el bebé había pesado muy poquito, menos de dos kilos, que nació a los siete meses y medio y que debería llamarse como su mamá y yo acordamos unos tres años antes:

- Si es niña, se llamará Olivia Berenice.

Blas Torillo.