miércoles, 20 de febrero de 2008

En bici.


Tomé la foto de esta Bici
del sitio solo stocks


Hace muchos años ya que mi papá me regaló mi primera bici. Era rodada 24, azul, turismo y sin cualquier cosa extraordinaria.

Tendría unos 10 años y me gustaba salir a dar paseos primero con mis hermanas y luego, algunos años después con mis amigos. Pasaron muchas cosas en las bicis, desde caídas espectaculares que hoy quizá saldrían en mtv, y pintas de la escuela para ir a echar relajo, hasta rondas a la casa de ella… bueno, las casas de ellas, porque durante mucho tiempo sólo tuve este maravilloso vehículo, no el mismo, pero siempre bici, para intentar el amor.

En algún momento de la prepa, mi papá me compró una bici grande, rodada 28, turismo también y con portabultos, adminículo cuya intención no descubrí hasta que un día él necesitó algo de una tienda lejos y pues ahí estaba yo, de mandadero de mi padre.

Me gustaba salir a pasear, ir a la calle donde vivían algunos de mis amigos y verla a ella, o dar vueltas solo, pensando en un millón de cosas sobre el futuro, el cariño, la juventud y desde luego el cansancio. Mojarme bajo aguaceros diluvianos o quemarme la piel al sol sin dejar de avanzar.

Cuando trabajé en la Universidad de las Américas, Puebla, hubo, en algún día previo a la navidad de 1991 un bazar para empleados y ahí vi la que sería mi tercera bici: una benotto de montaña, de las primeras que hubo, misma que compré con mi sueldo, disfruté con todas mis fuerzas y regalé con dolor, hace unos dos años.

En esta bici, roja, negra y amarilla, fue que rompí mis propias marcas. Ya casado, salía con Oli, ella en su bimex, rodada 24 y yo en la mía a conocer lugares que nunca imaginé o a recorrer rutas que hacía tiempo había hecho con mis hermanas, en una ciudad totalmente cambiada. Terminábamos muy cansados pero muy contentos.

En esta bici todavía me tocó llevar a Oli Berenice a la primaria y recogerla a la salida, no porque no hubiera otros medios, sino porque nos gustaba mucho, ella en el portabultos que le puse, cometiendo un sacrilegio para bicis de montaña, y yo pedaleando y enseñándole la ciudad y la vida.

Incluso hubo una temporada larga, cuando estaba al final de mis treintas y principio de mis cuarentas, en que cada quince días, los domingos me iba en bici solo, hasta pueblitos cada vez más lejos de mi casa y cada vez más cerca del Popocatépetl, pueblitos que se llaman Nealtican, San Nicolás y Xalixintla… Los que conocen Puebla, sabrán que son distancias largas y subidas imposibles, pero me las ingeniaba para llegar. Y después de 12 o 13 kilómetros de grandiosas bajadas, que antes había tenido que subir, en las faldas del volcán, regresar, que era lo realmente difícil.

Me gustaba mucho andar en bici. Ahora, el trabajo, los años, las responsabilidad y a veces la flojera me amarran a esta silla donde estoy y escribo esto y no me animo a usar la última bici que compré. Era para Oli Bere, verde, de montaña, rodada 26, pero siempre ha dicho que le queda grande y no la usa. Se me antoja salir de nuevo a dar vueltas por doquier y se me antoja olvidarme un rato de los problemas diarios.

Andar en bici: pasatiempo, pretexto, escape, refugio, disfrute o terapia, siempre me ha sido compañía.

Blas Torillo.

sábado, 16 de febrero de 2008

Mis mejores amigos.


La foto de estos Amigos
la tomé del sitio Bored to death


A lo largo de mi vida he tenido varios mejores amigos. Desde la primaria, cuando en tercero conocí a Toño que llegó de alguna escuela de Veracruz, creo, porque cambiaron a su papá de sede en el trabajo, hasta Memo, que por cierto acaba de cumplir años este 14 de febrero.

Todos han sido compañeros, confidentes, consejeros y amables representantes de mi conciencia cuando las dudas se han agolpado en mi mente.

Con el riesgo obvio de olvidar a alguno, haré mi lista: Toño (García), Oscar, Beto, María, Martín, Toño (Conde), Adriana, Rodrigo, Memo.

Como verán, confirmo esta idea de que se pueden contar con los dedos de una mano, aunque yo necesito parte de la otra.

Mis amigos estuvieron ahí y sé que siguen, aunque haya pasado algún tiempo que no he visto a la mayoría.

Me acompañaron y compartieron algunas etapas de mi vida, de aquellas que son definitorias de lo que se es y lo que se puede llegar a ser, momentos en los que uno decide y aprende las cosas sustanciales, tiempos en que la vida nos presenta disyuntivas que nos marcan el camino, debiendo olvidar las otras posibilidades.

Mis amigos, de los que adelante me ocuparé de a uno por uno, también definen lo que ahora soy, y lo que ya no podré ser. Lo mejor es que estoy contento con lo que he logrado y con los proyectos en los que ellos ya no participan, pero que alimentan mi espíritu para lograrlos.

A pesar de la distancia, del tiempo y de las circunstancias, quiero dejar constancia de que los quiero, los recuerdo, los extraño y que me encantaría volver a encontrarnos, aunque quizá tuviéramos vidas muy distintas. Somos, también por habernos encontrado.

Blas Torillo.