domingo, 30 de octubre de 2011

Me gusta cantar...

El cielo es el límite La foto es mía

Cuando era un niño de unos 8 o 9 años, mi padre me dejó usar el "tocadiscos" de la casa, para poner un disco ya ni sé de quién, pero me gustó la idea y aunque yo no tenía discos "míos", ponía algunos con la música que quizá no le gustaba a mi papá, pero que intentaba darnos una buena educación musical: Revueltas, Chopin, Beethoven... entre otros de Luis Alcaraz o de Agustín Lara.

Mis hermanas en ese entonces gustaban de las canciones Rocío Dúrcal o de Pili y Mili (cuando las 3 eran unas muchachitas), o de algunos cantantes mexicanos que no recuerdo bien.

Y mientras tanto, mi madre me enseñaba las primeras notas en la marimba que mi papá le había comprado. Do, Re, Mi (la canción de la película "The sound of music", que aquí se conoció como "La novicia rebelde", que en realidad era un muy mal título en español, cuando "El sonido de la música" pudo ser genial), fue una de las primeras cosas que pude tocar.

En fin que la música ha estado presente siempre, desde que recuerdo, en los buenos momentos y en los malos.

Cuando adolescente, me enamoré en primero de secundaria de Ruth y le compré (no sé con qué dinero), un disco de 45 rpm, de Alberto Cortéz: Te llegará una rosa. A mí, entonces me parecía una canción superior (aunque ahora pienso que no es de sus mejores), y además tuve el propósito de si, regalarle una flor cada día... no una rosa, porque no había de donde sacarlas o con qué comprarlas, pero si cualquier flor, siempre que me dijera que si, que quería ser mi novia.

Nunca me atreví a dárselo, además de que cometí una tontería (que otro día les cuento), por la que dejé de caerle bien, a pesar de los buenos oficios de mi amigo, del que no recuerdo el nombre, pero que hacía de intermediario entre mis deseos y los decires de Ruth.

Me quedé el disco y lo puse una vez en el tocadiscos (ya no era el mismo que en el que aprendí). Mi mamá lo escuchó y creo que le pidió a mi papá que comprara el LP o, quizá, lo compraron mis hermanas. No importa. Cuando estuvo en mi casa, lo puse tantas veces que se rayó pronto... pero me gustó cantar sus canciones.

A mi mamá le emocionaba que cantara tanto. De hecho me podía pasar tardes enteras cantando en la sala, con el volumen bajito del "aparato" y de mi voz, mientras ella veía sus novelas en el "cuarto de coser" y le bajaba a la tele para escucharme.

Por motivos que desconozco, siempre he sido afinado, aunque no tengo una voz potente, entonces, canto, pero quedito.

Pasaron los días, los meses y los años y seguí cantando, cuando estaba en "ambientes controlados", es decir, frente a mi mamá, que me corregía de vez en vez la afinación o la respiración y me decía que no imitara a los cantantes de los discos, sino que "sacara mi propia voz e hiciera mi propio estilo"... pero yo no quería ser un buen cantante. Sólo quería cantar como fuera y disfrutarlo o, medio masoquista, sufrir con las canciones de amores no correspondidos. Y cuando no se podía cantar porque no había letra, me ponía a silbar. O lo que es lo mismo, la idea era que yo pudiera "decir" también lo que estaba escuchando.

En la Uni, cuando estaba solo en el cuartito en el que viví, cantaba y cantaba, mientras escribía las tareas que no requerían mucha concentración o cuando salía rumbo a cualquier parte. Ahora pienso que entonces no me hizo falta ni Walkman (recién salidos entonces al mercado y muy tan caros que ni pensaba en tener uno), ni iPod con 6 mil canciones como ahora, para cantar y cantar, a veces en silencio, en el Metro o en el autobús, haciéndome consciente de la música y letras que sólo estaban en mi cabeza y que no salían de mi boca, pero que sin duda me hacían cantar "para adentro".

Luego, conocí a Oli y cada que íbamos a Cuetzalan en el coche, poníamos casets y nos poníamos a cantar. Aunque cuando ya estaba encarrerado (con el canto, no con el coche), ella se quedaba callada para escucharme, creo que con gusto. Y hasta me iba más despacio para poder cantar más canciones. Cantarle más canciones.

Con todos los consejos que me dio mi madre, aprendí a controlar bastante bien la respiración y en el coche acompañaba a José José, sin mucho demérito de sus largas notas. Me gustaba mucho lograr sus tiempos, sin desafinar.

Cuando nació mi hija, además de los muchos momentos en familia, donde aprendimos a reír juntos y a ser muy muy felices, a pesar de los problemas, me la pasaba cantándole. Desde un juego simplón que hacíamos cuando ella era bebé, "La panza de tambor", hasta horas y horas cantando "Lullaby" de Billi Joel, para que se durmiera, muchos de los recuerdos que tengo de esos días y años, son a través de canciones (de esas que a veces me hacen llorar, también).

Después creció y cuando la llevaba a la primaria, a veces en transporte público, a veces en bici y a veces en coche, muchas veces, cuando no llevábamos prisa por llegar a tiempo, cantaba con ella. Quizá no se acuerde, porque eran canciones que íbamos inventando en el camino o que escuchábamos en la radio, pero era para mí muy emocionante, porque además me hice el propósito de recordar esos momentos, para cuando ella creciera y nos quedáramos Oli y yo, solos en la casa. Y a pesar de que no estuviera, pudiera pensar en ella a través de la música.

No sé qué tanto se debe a todos esos momentos, pero sé que a ella le encanta cantar y escuchar música gran parte del tiempo y que le enseña a sus bebés, mis nietas, a cantar también.

Mucho de mi trabajo lo paso frente a la compu, y la música aquí, como ahora, ha estado siempre presente. Excepto cuando un trabajo requiere mucha concentración, dejo de escuchar "mi" música, que incluye de todo. De hecho, afirmo muy seguido que me gusta todo tipo de música, que no es lo mismo que me guste toda la música.

Baladas, Pop, Jazz, Clásica, Viejitas, Ranchera, en inglés o en español, instrumental o electrónica, lenta o rápida, de películas, de navidad, tristes, alegres, trova...

Total... que me gusta cantar!

Blas Torillo

lunes, 30 de noviembre de 2009

Regresar...

La foto es mía

Uno sólo aparenta que abandona...

Pero la gana de regresar siempre está presente.

Más, cuando se tienen tantas cosas que decir, que compartir, que leer, que escuchar y redecir.

Uno en realidad, nunca abandona.

Sólo se distrae.

Pero uno regresa.

Aquí estoy.

Blas Torillo.

jueves, 25 de junio de 2009

Michael Jackson (1958-2009).


Tomé todas las fotos de este post
del sitio del New York Times


Estaba en Monterrey, en casa de mis primos, allá por 1982, a los 22 años. Ellos escuchaban varias estaciones de Estados Unidos, un poco por esnobismo y otro porque no les gustaban las estaciones de radio locales.

Quizá cerca de las tres de la tarde de un caluroso día, mi prima Tulitas entró bailando desde su recámara donde se escuchaba a lo lejos una tonadita pegajosa, a la sala de la casa y subió el volumen del aparato ahí:

She was more like a beauty queen from a movie scene
I said don’t mind, but what do you mean I am the one
Who will dance on the floor in the round
She said I am the one who will dance on the floor in the round

She told me her name was Billie Jean, as she caused a scene
Then every head turned with eyes that dreamed of being the one
Who will dance on the floor in the round

People always told me be careful of what you do
And don’t go around breaking young girls’ hearts
And mother always told me be careful of who you love
And be careful of what you do ’cause the lie becomes the truth

Billie Jean is not my lover
She’s just a girl who claims that I am the one
But the kid is not my son
She says I am the one, but the kid is not my son...


¡Qué padre canción! pensé (Todavía no se decía, al menos en mi entorno ¡wow!). Y de inmediato me puse a bailar (mal, desde entonces pues), con ella. Le subimos todavía más al volumen, hasta que escuchamos un grito de mi tía rogando que le bajáramos.

Fue entonces cuando redescubrí a Michael. Ya había escuchado antes canciones como Blame it on the boogie, que luego se hizo todavía más conocida con el cover de Luis Miguel (bastante malito por cierto) y otras, aunque las que más me gustaban eran Ben, (... the two of us need look no more...) y Don't stop 'til you get enough, bastante disco y bailable para mis tiempos y gustos.

Pero Beat it, Billie Jean y sobre todo y por supuesto Thriller, marcaron mi juventud





Michael Jackson, quien murió hoy a los cincuenta años, me parece un artista fenomenal.

Sí, un ícono de la música pop, que después de la casi total falta de calidad de la música disco (con poquísimas excepciones), versión discotequera del pop, lo cual no quita que me guste mucho, realmente hizo frente al rock and roll, en decadencia entonces y al rock en todas sus variantes, casi como un grito de la misma potencia y lo que es más, con un sólo disco entonces: Thriller.

Pero sobre todo un artista de escenarios: Visual y auditivo, en la medida de lo posible, completo. Más completo que los demás. Incluso MTV comenzó a ser lo que hoy es, precisamente por la calidad de los videos de Jackson, tanto musical y visualmente, como coreográficamente, quizá su principal cualidad y distingo, sobre todo "el pasito ese para atrás", que nunca me salió y que intenté hasta el cansancio en mis momentos de soledad musical (sí; hay momentos de esos, cuando pensamos que estamos solos y ponemos la música a todo volumen y cantamos y bailamos como si en ello nos fuera la vida... ¿a poco no?).

Bailes fuertes, gráciles, rítmicos y novedosos, hacían de los videos de Michael un espectáculo en sí mismos, a los que hay que añadir letras padres, que contaban historias y no sólo narraban sentimientos y emociones, e instrumentaciones que experimentaban con las entonces raras computadoras y hacían resonancias, armonías y melodías que, además de pegajosas, tenían calidad musical.





Pero lo mejor para mi gusto y mis recuerdos, son los videos: fotografía, planos, ritmos, escenas, historias, tomas, casi todo original para esos tiempos. Contrapicados y cámaras lentas que no se usaban en los videos musicales; colores y efectos nuevos y a veces experimentales del todo; contratomas y acercamientos cinematográficos más que simples retratos de los cantantes con alguna solarización sin ton ni son; planosecuencias e iluminaciones impresionantes y sorprendentes.

Eso y más son los videos de Michael Jackson.





Sin embargo, todo esto que suena tan técnico, no es más que el maquillaje.

Michael Jackson, ícono de mi generación, ídolo de muchos de mi edad y de otros menores que yo, cantante mediano con voz aguda pero educada, excepcional bailarín y showman, magnífico coreógrafo, muerto a los 50 años, uno más que la edad que tengo, me llenó de recuerdos:

Desde el Playboy aquel (¡oops!) donde salió Ola Ray, la heroína de Thriller; hasta precisamente ese viaje a Monterrey del que ya algún día les contaré más cosas.

Desde aquella noche, mi primera en una disco, en Cholula, bailando sin parar Merina Lucas y yo, desde que comenzó la música hasta que nos corrieron, escuchando muchas de las canciones de este sujeto del que les hablo, como Can you feel it, Got to be there o P.Y.T. (Pretty young thing); hasta las lágrimas que me hace derramar la canción de la película Free Willie: Will you be there o esa otra She's out of my life, que me dice tantas cosas de ella.

Desde la emoción de una canción casi de protesta, pero pop que se llama They don't care about us, cuyo video se filmó en alguna favela de Brasil, con una coreografía multitudinaria y colorida o la versión en la prisión, más crítica si se quiere; hasta la motivacional (¡y fresísima!) You are not alone y aquel dueto que se aventó con Paul McCartney, cantando The girl is mine.

Desde el recuerdo vago de unas ratas de película, miles me parecieron, buscando aniquilar a una ciudad y cómo Ben, salvava su reputación a través de la amistad con un niño del que nadie se acuerda de su nombre, pero qué tal de la canción tema; hasta la reunión aquella en Salamanca, Guanajuato, en un bar con mis alumnos de la maestría al terminar el curso, platicando, riendo, casi bailando, todos disfrutando muchos videos de Michael, en las pantallas gigantes y yo recordando eso y más cosas como las que acabo de escribir, ya en el autobús de regreso a mi casa, en Puebla.

Michael Jackson hizo música que hoy es parte inseparable de mi vida.

Y así será hasta que me muera también.

Blas Torillo.

PS 1.: ¡Qué mal día eligió Farrah para morirse! Esta entrada iba a ser sobre ella y a la mitad de la preparación, que se muere Michael. ¡Vaya! ¿Qué le vamos a hacer?

PS 2.: ¡Desde luego que hay muchas más canciones de Michael que me gustan, pero de éstas fue de las que me acordé conforme escribía y de eso se trata este blog... de mis recuerdos.

PS 3.: Está bien. Jackson también es famoso por otras cosas, desde los niños, hasta las cirugías, pero ¿a quién le va a importar eso dentro de cincuenta años? ¿Quién entonces, pensará en algo distinto a su música? ¿O alguien se acuerda de las famas paralelas de cualesquiera otro artista que nos haya legado y remita fundamentalmente a sus creaciones?

martes, 12 de mayo de 2009

Mis hermanas.


Las fotos deMis hermanas
son mías


Casi siempre que comienzo un curso y digo mi nombre, explico que no es mi culpa sino de mi abuelo: Le puso Blas a mi papá y éste no tuvo otro hijo varón con quien desquitarse. Aparte del mal chiste, esto tiene que ver con mis hermanas.

Tengo tres y tuve cuatro, pero Amparo ya está con Dios dice mi mamá, así que ahora río y sigo aprendiendo de Josita, Lolis y Mari. Todas mayores que yo (nomás para que conste pues... je).

Y son muchos recuerdos con cada una de ellas o con un par o con las tres que me hacen uno que otro día y sacan de mí una lagrimilla perdida o de plano todo una batería de sonrisas.

Desde luego que también hay malos, de esos cuando nos enojamos o discutimos, pero esos... ¿para qué ponerlos aquí? Mejor algunas mini anécdotas con cada una.

No saben cómo me gustaba que Josita me llevara, saliendo yo de la primaria y ella de la secun o la prepa (no sé), a comer jarochitas, especie de memelitas con salsa de chipotle o salsa verde, acompañadas con su respectiva "Chaparrita de uva", unos refrescos chiquitos y debo entender que muy baratos, en una pequeñísima fonda que estaba frente a la escuela. Era toda una aventura, porque no teníamos mucho dinero y además había que llegar temprano a la casa a comer. Y pues no sé qué nos diría mi madre, pero las dos o tres veces que recuerdo que fuimos, íbamos contentos y sin muchas preocupaciones, al menos yo, presumiendo de ya comer picante (aunque no creo que mucho en realidad). Y luego, si daba tiempo o quizá en lugar de las memelitas, íbamos a tomarnos un tepache, bebida fermentada de piña que, con mucho hielo, nos sabía deliciosa y un "borrachito", un pan remojado en algún vino barato que me gustaba mucho. Por supuesto sin muchas preocupaciones por influenzas o bichitos en el agua, en las memelas o en el pan. Todo esto, seguro fue antes de decidiera que no me gusta el alcohol. En realidad no importaba si nos regañarían o no. Eran tardes en que me sentía muy cercano a mi hermana y aunque no tengo idea de qué platicábamos, seguro eran momentos padres.

En un día de tantos, en que Lolis me llevaba a la primaria, supongo que para entrar antes de las ocho, faltando todavía unas cuatro calles para llegar a la parada del camión, desde donde debíamos correr otras tantas para llegar a la puerta de la escuela, yo sabía que era realmente tarde y estaba ya muy desesperado porque no avanzábamos con la velocidad que me parecía necesaria. Lolis, en un alarde matemático, pero sobre todo psicológico, me tranquilizó de un plumazo cuando me dijo: no te preocupes manito. Para que veas que todavía tenemos tiempo, cuenta hasta trescientos... verás que llegamos antes de que termines.

Cuando uno tiene ocho años, contar hasta trescientos, por supuesto, puede llevarnos la eternidad, así que ni siquiera comencé. Me sentí inmediatamente tranquilo... hasta que bajamos del camión y me dijo: ahora sí mano, ¡a correr lo más rápido que puedas!... ja. Cómo me volvió a la realidad también de un plumazo...

Ya de adultos, el día que murió mi padre, en 1996, al salir a tomar un poco de aire en un pasillo del hospital, sabiendo ya que mi papá había fallecido, Mari se acercó a mí y me dio un abrazo enorme, no por el tiempo, sino por lo que me hizo sentir de lo que es el amor fraterno: Te pido perdón Bacho, por todo el mal que te haya hecho en cualquier momento y forma. Te quiero mucho mano.

Y lloramos juntos abrazados, deseando yo que el cariño que nos mostramos entonces no acabara nunca.

Tengo otros recuerdos en que realmente sólo puedo suponer mi edad; por ejemplo, un día en que mi papá llevó a la casa una bolsita con varios juegos de salón, nada de hasbros o matteles, sino juegos de pobres para pobres (una lotería, una tablero de serpientes y escaleras y otro de La Oca, con unos dados mal hechos y fichitas de plástico imperfectas), las "malvadas" de mis hermanas no me dejaron jugar nada nadita, porque eran "juegos para grandes" que yo no entendería ni sabría jugar y simplemente les agüaría el día. Lloré mucho, como supongo que lloran los niños de 5 o 6 años cuando eso les pasa.

Pero de lo más importante en estos últimos años, quizá sólo unos cuantos antes de que a mi papá se le ocurriera morirse, han sido las reuniones de año nuevo. Las navidades las pasamos, desde que me casé con Oli, en Cuetzalan, por el asunto del regreso a clases y esas cosas comenzando el año, así que las festejos de año nuevo son aquí en Puebla, con mi madre, mis hermanas y sus cada vez más numerosas familias.

Esas noches, como es costumbre de familia, justo cuando cambia el año y todos los demás están comiendo uvas y brindando con gorritos, nosotros rezamos. Así, en familia, juntos y cuando terminamos, vamos a cenar, si no lo hemos hecho antes del momento de oración. Después, cuando ya la mesa está vacía de nosotros, aunque con muchos platillos aún para elegir, nos sentamos y nos decimos algo padre, expresando nuestros deseos y ganas de que nos salgan mejor las cosas que en el año que termina y casi siempre, alguno de nosotros, de mis hermanas y yo, lloramos, aunque los sobrinos y sobrinas, nos hagan burla y así comiencen las bromas y juegos entre todos. Digamos que la segunda mitad de mi vida hasta ahora, los años nuevos han ido mejorando, porque cada vez nos queremos más como hermanos y cada vez nos respetamos más... aunque desde luego, no dejamos de "viborear" cualquier cosa unos de otros, pero siempre con una sonrisa en la boca y el corazón en las manos.

Amo a mis hermanas. A veces no las comprendo o no comparto sus decisiones, pero eso ya no me toca a mí juzgarlo ni criticarlo. Lo que nos une, es más, mucho más importante que nuestras diferencias. Y sé que cuando las necesite, porque así ha sido hasta ahora, seguirán ahí, para escucharme, para aconsejarme (aunque luego no les hago caso), para apoyarme y ayudarme. Y yo también estoy y estaré.

Para eso somos hermanos, ¿que no?

Blas Torillo.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Navidades.


La foto de Tecali
es mía


Tendría unos 5 o 6 años en la última navidad que recuerdo que pasamos en casa de mi abuela Marinita, madre de mi madre.

Ella vivía en Petlalcingo, un pueblito al sur de mi estado, donde había al menos cuatro cosas que recuerdo con claridad: la calle frente a la casa, el enorme atrio de la iglesia enfrente, los patios de atrás donde estaban las vacas de mi tío y la "fruta de horno", unas rosquitas dulces de pan y una galletitas en forma de flor que eran deliciosas.

En esa navidad, de la que seguramente estaré concentrado historias en una sola de las varias navidades que pasamos allá, nos reunimos todos los primos, los hijos de mis tíos Memo, Nacho y Lupita, así como mis hermanas y yo.

De mi tío Memo, que venían desde el norte del país, creo que entonces vivían en Monclova, Coahuila, llegaron mi tía Tulitas, y Memo, Fernando, Lupita, Grisi, Alicia, Glenda y no sé si ya habría nacido Tulitas jr.

De mi tío Nacho, Quena, Nacho, Laura y Beto, éste de mi edad menos tres meses y por supuesto mi tía Lupita Fuentes.

De ahí mismo, Petlalcingo, Petla de cariño, aunque después vivieron en Tabasco y ahora en Tlapacoyan, Veracruz, mis tíos Juan y Lupita Medrano, hermana de mi mamá, pero ellos no tenían hijos aún.

Medio entre nubes, recuerdo una gran mesa barnizada con un color rojizo "vino tinto", en donde cabíamos todos sentados. Era, como digo, grande en verdad. El comedor era algo así como el lugar de las reuniones familiares en pleno, porque sólo se abría en esas fechas. Había cosas ahí que no podíamos ni tocar y desde luego era rápido el regaño si subíamos los pies a las sillas o maltratábamos algún mueble.

Por esas fechas, Beto era como mi hermano. Jugábamos de todo y allá era puro correr y reír. No recuerdo haberme enojado alguna vez con él y desde luego, menos en esa navidad (o navidades, porque ya dije que quizá estoy revolviendo eventos).

Cenamos no sé qué, pero tengo claro que había agua fresca de algún sabor, quizá jamaica, y pastel. ¿Por qué pastel? No tengo idea, pero casi lo puedo saborear.

Después de cenar, ya para dormir, en una sala que estaba al otro lado del patio, casi como cuarto de entrada de la casa, acomodaron muchos petates y sus respectivas colchonetas encima para todos los primos y primas. Esa sala tenía el techo muy alto, sillas de palma bonitas y muy cuidadas, pero creo que eran muy viejas ya y además había en la pared principal una imagen de un Cristo enorme que me daba miedo.

¡Y empezó el relajo!. No sé muy bien ni qué ni quién ni cómo, pero sí recuerdo que nos divertimos como enanos, aventándonos las almohadas y haciendo bromas de las piyamas o del lugar donde vivíamos o de cualquier cosa.

Reímos mucho, jugamos mucho y nos desvelamos "mucho". A las doce y media de la noche, entró mi abuelita Marinita, una mujer dura pero dulce, firme pero tierna, a decirnos que iba a apagar la luz y que debíamos dormir ya.

No sé si le hicimos caso, o si sólo "los grandes" siguieron platicando, pero para mí, esa fue una de las mejores navidades de mi vida. Y miren que han pasado ya algunos añitos desde entonces.

Sagrado lugar, Petlalcingo. De él, en otra ocasión les contaré más cosas.

Mientras tanto: ¡Feliz Navidad (esta también deberá serlo)!

Blas Torillo.

PS. Puse la foto de Tecali, porque me recuerda la barda que rodea el atrio de la iglesia de Petla, aunque no es precisamente igual.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Rocío.


La foto del Rocío
es mía


Ya son las seis. En mi casa seguro están a punto de comenzar a enojarse y a preocuparse al mismo tiempo. Así es mi padre. Pero ella es todo lo que existe en este momento.

Desde hace días he querido decirle que me gusta, que pienso en ella más que en las clases o en las tareas o en los amigos y que me encanta su cabello rubio. Pero nada pasa. Me gana el miedo al rechazo y las posibilidades reales de que ella esté encandilada por uno de mis amigos.

Sin embargo, hoy, este día tendré que hacer algo. Algo para lo que nadie me ha preparado y de lo que nunca he tomado clases. Hoy le diré que la amo.

No sé bien a bien qué es el amor, aunque creo que nadie lo sabe bien a bien, pero estoy seguro, casi, que la amo. Pienso en ella y me digo que su persona es la representación más viva del amor, tanto el de las novelas como el de las parejas que veo en la calle todos los días.

Quedamos de vernos a esta hora en una de las puertas de salida de la escuela y yo ando que me muero de los nervios. Tener 13 años es ser prácticamente un adulto en estos tiempos y las cosas deben suceder como lo he planeado: Ella llegará con su vestido limpio, blanco, el bonito que tiene y que le sienta tan bien. Con su sonrisa que deslumbra y con la mirada aquella, la que me tiene absorto el seso desde hace semanas.

Después de saludarme me dirá que para qué quiero verla y seguro se me quedará mirando como siempre me mira cuando quiere ponerme nervioso. Pero he tomado mis precauciones. Primero, no debo ponerme nervioso, o al menos no mucho aunque no sé cómo lograrlo. Seguro que mi padre me daría algún consejo, si hablara de estas cosas con él, pero no. No me ha aconsejado nada. Después tengo que hacer acopio de mi inteligencia, que a veces creo que es mucha y otras que no existe en absoluto, para responder más o menos coherentemente. Decir cosas que no la hagan irse, pero que tampoco la apresuren. Tercero y más difícil que cualquier otro paso, acercarme a ella, tomarla de la mano, decirle que la amo, besarla tiernamente, vernos a los ojos después de eso, sonreír y comenzar a andar por la calle, en la tarde de mi triunfo.

A partir de eso, comenzar el mejor noviazgo de la historia. Nada de Romeos y Julietas desmoronándose por amor y nada de Otelos y Macbeths, llenos de celos o de fantasmas. No. Un noviazgo de antología, uno de esos de los que la gente seguirá hablando cuando estemos muertos, uno de esos que se volverán película y de donde aprenderán todos los que nos sigan cómo hacer del amor, el amor verdadero.

Se ha retrasado un poco. Son las 6 y 10 y no la veo venir. Pero ya llegará. Mientras, debo hacer ejercicios mentales de cómo será la escena definitiva. En realidad nunca he besado a nadie como se debe, aunque no sé bien cómo se debe. Puros besitos de trompa y alguna que otra caricia en la mejilla. Algo de rubor y sonrisas traviesas, pero sin amor. Puros juegos pues. Las cosas seguro serán distintas hoy, en cuanto ella llegue. Besarla es como graduarse y he preparado mucho este momento como para echarlo a perder.

Desde hace semanas, desde que me di cuenta de que en realidad es hermosa, desde que descubrí la existencia de sus ojos, sus labios y su cuerpo, no he hecho más que imaginar este día. Han pasado tantas cosas desde entonces. La ayuda, por ejemplo, que me dio Toño para presentarnos, aunque estamos en el mismo grupo. ¿Me creerás que nunca había hablado con ella? Pero así es el miedo y la inexperiencia. Porque a pesar de todo me doy perfecta cuenta de que lo único que me falta es eso. Experiencia. También está el hecho de que a ninguno de los dos nos gustan las matemáticas, aunque a ella eso no parece afectarle mucho en sus calificaciones. Y la ayuda invaluable de Perla, su amiga, que nos puso en este trance y que me animó con sus palabras de ayer: -Dile... ella está esperando que te avientes y le propongas que sea tu novia. Te va a decir que sí. ¡Ándale!

Seis y cuarto y ni su luz. Los pensamientos negativos están empezando a aflorar. A ocupar el lugar del que los desplacé esta mañana. ¿En verdad será que quiere ser mi novia? ¿Se habrá arrepentido de venir? Quedamos muy formalmente hoy después de la clase de las 10, y me dijo mil veces que aquí nos veríamos. ¿No le habrán dado permiso de salir? ¿Se habrá enterado su mamá y le habrá prohibido venir a verme? ¡O su papá! ¿Se accidentó... se cayó del camión... se olvidó simplemente y mañana me dará la mejor de las excusas...?

¡Por fin! Acaba de dar vuelta a la esquina y viene para acá. Los nervios me consumen. La lengua está como atorada. Mi mente da de vueltas sin parar y me sudan las manos como nunca. Se acerca. No tiene el vestido blanco sino unos sencillos pantalones de mezclilla y una blusa amarilla que hace juego con su pelo. Cada segundo está más cerca y cada segundo el valor que ya tenía se escurre a no sé dónde. El sol poniente le da en la espalda y eso la hace verse aún más hermosa, como en cámara lenta, con el pelo suelto y las manos acariciando el viento. Estoy a punto de comenzar la mejor parte de mi vida y tengo miedo. Mucho miedo. Desde lejos me ve y se sonríe. Apresura el paso y poco a poco, casi corre hacia mí. Yo doy dos tímidos pasos en su ruta y cuando estamos a la distancia perfecta para escuchar nuestras voces, ella me suelta un -Perdóname por la tardanza. Me salí de la misa. Mi mamá me llevó y ahora está a la mitad. Es en la iglesia de aquí a la vuelta. ¿Vamos? ¿Me acompañas? Dime rápido porque ella ya debe estar volteando a buscarme porque le dije que iba al baño. ¿Vamos?

¿Y todo lo que había querido decirle? ¿Qué pasó con el beso planeado y con su mano en la mía? ¿Qué con el paseo bajo la sombra de árboles a media tarde; qué con el futuro?

- ¿A misa? ¡Vamos pues! Pero córrele porque nos regañan...

¿Y mis padres? Seis y veinte. Se van a enojar, sin duda. Pero aunque sea por hoy, tomados de la mano, vamos juntos por la calle. Ya mañana veremos qué más pasa. Al fin que no todos los días alguien con quien quiero compartir mi vida, o al menos esta parte, me invita a misa.

Blas Torillo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Inseguridad. Una historia más.


Tomé la foto de la pistola CZ_100
del sitio Network54.com


Era 2004, el 11 de mayo para ser exactos y estaba en la tienda de pinturas de David, ahora mi amigo, entonces mi cliente. Su local, era sencillo, con un mostrador, botes y cubetas de pintura en anaqueles ad hoc, una caja registradora, un teléfono, dos bancos para los clientes, todo dando a la calle, con sólo una cortina metálica para cerrar. Había una puerta pequeña en la pared de atrás, para salir a un patio que daba al baño y a otro cuartito donde estaba la computadora y los archivos de documentos de la tienda. Estábamos como cada sesión, analizando qué y cómo podíamos hacer para que su empresa tuviera más ventas y así casi nos llegó la hora de cerrar.

Faltando unos 15 minutos para las 6 de la tarde, llegaron dos señores a preguntar algo sobre colores y texturas.

- Es para mi madre, dijo uno de ellos, alto, gordo, como de unos 40 años. Ayer no pude verla y quiero regalarle la pintura de su casa por el día de las madres. (En México lo celebramos el 10 de mayo).

El otro sujeto, chaparro, delgado, moreno, con el pelo pintado de amarillo, de unos indescifrables 35 o 45 años, nomás se sentó en uno de los bancos para clientes.

Después de ver durante unos momentos los catálogos y preguntar por precios y condiciones, el primero nos preguntó si podíamos esperarlos. Su mamá vivía, según esto, en un conjunto habitacional cercano. Le llevarían los muestrarios para que decidiera el color y regresarían a comprar lo necesario.

David dijo que sí, que usualmente cerraba a las seis, pero que si no tardaban, los esperaríamos un poco más.

Salieron y David y yo seguimos platicando, ya preparando las cosas para cerrar. Ese día no llevaba la computadora, sino sólo una libreta de apuntes.

Poco antes de las seis, vimos que los sujetos regresaban.

Entraron. Primero el sujeto alto, dándose la vuelta para bajar la cortina, al tiempo que el otro pasando el dintel, desenfundaba una pistola revólver para encañonar a David, dando la vuelta al mostrador y el alto sacando una pistola escuadra, parecida a la de la foto que pongo, apuntándome, dándome cinco o seis golpes con la boca del arma en la frente.

- ¡Esto es un asalto cabrones! ¡Al piso!, grito el grande.

- ¡Las llaves de la troca, cabrón, las llaves! le grito a David el chaparro que le apuntaba.

- ¡El candado de la cortina! ¿¡Dónde está el candado de la cortina, hijos de la chingada!? ¡O me lo dan o se los carga! ¡Este es su último día... !

Todo pasó en menos de un minuto.

David les dio las llaves de una camioneta pickup nueva que el papá de su novia acababa de comprar y que ella le había prestado para descargar algo de producto en la tienda, dos candados, el celular y su billetera.

A mí me quitaron mi celular y una navaja suiza que siempre cargaba.

Arrancaron el teléfono de la tienda y lo tiraron al patio de atrás, junto con las llaves de los candados, pusieron uno de éstos en esa puerta y nos tiraron al piso, nos amarraron con cordón (cuenda, lazo, como quieran decirle, de ese que es de algodón) boca abajo, las manos atrás, enlazadas con el amarre en los pies, lastimándonos un poco más que bastante.

Con lo poco de efectivo que había en la caja, las llaves de la camioneta y nuestras cosas, salieron, cerraron la cortina de nuevo, dejando puesto un candado por afuera para impedirnos salir y avisar a la policía.

- Nos la hicieron, me dijo David, sorprendentemente calmado.

Estábamos tirados en el piso, encerrados, incomunicados y adoloridos crecientemente por la ligadura de los amarres en muñecas y tobillos.

- Nos la hicieron David... y lo peor es que...

En ese momento escuchamos el chirriar de las llantas de la camioneta y las carcajadas de los sujetos.

- Me van a madrear por la camioneta, dijo David.

- No te preocupes ahora por eso... estamos vivos. Realmente la vimos cerca. Me duele la frente y la pierna izquierda.

Entonces me di cuenta que el alto me había pateado al final, además de todo, pero ¡estábamos vivos!

- Tenemos que salir y avisar, pero ¿cómo?, me preguntó David.

No sabía. No tenía la más mínima idea de cómo íbamos a salir de ahí, sin llaves, sin teléfono, tirados y muy espantados. Conforme pasaba el tiempo, nos fue cayendo el veinte de qué había pasado y de nuestra situación.

En algún momento, David recordó que tenía un encendedor en uno de los anaqueles y pasó un tiempo en que pudo hacer algo para tirarlo al piso, junto a nosotros. Cuando lo tuvo en las manos, con trabajos ambos pusimos nuestras manos cerca y comenzó, con mi acuerdo, a quemar la cuerda que me amarraba a mí. Me quemó las muñecas también, pero era el único modo.

Al final, después de un rato en que me desamarré, me puse a quitarle los amarres a mi amigo.

El problema, mientras nos dolíamos de las manos y los tobillos, era cómo salir. Afortunadamente los fulanos sólo pusieron candado a uno de los extremos de la cortina, así que medio pudimos levantar la otra orilla. Pero fue poco. Quisimos usar un bote de pintura como cuña para sostener poco a poco, cada vez más, la cortina, pero no estaba dando resultado. Y no teníamos cómo avisarle a nadie. Gritábamos, pero o nadie hacía caso o nadie pasaba por frente a la tienda. Al final, medio deseperado, David se arrastró por el mínimo resquicio que pudimos lograr y alcanzó a salir. Fue a una tiendita que estaba a unos metros para llamar por teléfono a la policía. Raudos, en menos de dos minutos llegó una patrulla, aunque ya habría pasado casi hora y media desde el asalto.

No nos sabíamos las placas de la camioneta, y la policía nos las pedía insistentemente "para ver si los podemos detener". Hum. Para esas horas los fulanos podrían estar ya en la Ciudad de México, en Jalapa o Tehuacán, si hubieran tomado la dirección contraria, o en Cuernavaca o en cualquier lado, menos donde la policía quería comenzar a buscar. Les adelanto que nunca se recuperó la dichosa camioneta.

En la tiendita donde habló David por teléfono nos ofrecieron café y pan salado, para el susto y luego de que los polis tomaron nuestros datos nos pidieron que fuéramos a levantar la denuncia.

Antes de eso, David le habló a su novia y se puso más asustado aún. Ella estaba realmente enojada y como que no le creyó mucho nuestra historia.

En fin. Nos subimos a mi coche que estaba estacionado en la acera de enfrente y, como estaba viejito, supongo que ni siquiera les pasó a los fulanos pensar en él como botín.

Fuimos primero a la delegación que nos habían dicho, la misma de cuando el accidente de Oli, mi esposa, pero ahí ni nos pelaron. Nos dijeron que teníamos que ir a otra delegación del Ministerio Público, la de delitos culposos, no sé por qué, pero allá fuimos. Llegando buscamos un teléfono público para avisar a nuestras familias dónde estábamos y qué estaba pasando. Serían quizá como las 9 de la noche y nos hicieron esperar hasta las 10 más o menos.

La sorpresa, la auténtica historia de terror ocurrió ahí. De entrada, después de dar los primeros datos personales y la versión corta de lo sucedido, detuvieron a David. Lo llevaron a los separos y lo tuvieron ahí por unas 3 horas, incomunicado, sin zapatos, sin cinturón, sin suéter, acusándolo de haberse autorrobado la caminoneta.

A mí, me llevaron a una oficina donde me interrogaron por relevos, tres personas: una licenciada (supongo que en derecho) que decía ser la agente del ministerio público, y dos policías judiciales: Que qué relación tenía yo con el dueño de la tienda, que a qué me dedicaba, que cuánto tiempo tenía de conocerlo, que desde cuándo había firmado el contrato de consulta, que cuánto me pagaba, que quiénes eran mis amigos, que si podía demostrar que ese era mi trabajo con mis declaraciones fiscales, que cuánto tiempo tenía haciendo eso, que por qué habíamos establecido ese horario, que si mi familia, que si podía demostrar los años que tenía de residir en Puebla, que cuánto ganaba, que cuántos coches, casas, computadoras, negocios tenía, que si tenía asuntos con el narco (no quiero imaginar qué preguntan hoy y cómo), que qué y dónde había estudiado, que cuántos años tenía, que por qué tenía tantas canas (y al rato, que por qué no tenía tantas canas), que si mi ropa era de marca, que si la había comprado en el mercado, que si la navaja que me robaron era original o si era pirata, que si compraba muchas cosas piratas o que si compraba muchas cosas originales, que qué era exactamente lo que hacía con cada cliente, que qué era exactamente lo que estaba haciendo para la tienda de David, que si sabía escribir a máquina (nunca supe o pude intuir para qué serviría saber eso), que si sabía de leyes o si tenía abogado, y así... sin parar, pero con esos silencios que a veces muestran en la tele o en las películas, para ver si decía alguna tontería o me contradecía de algún modo. Y no me dejaban hablar con mi abogado, "porque no estaba yo siendo acusado de nada".

Duro y sin pausa. No dejaban de preguntar. Casi cuatro horas. Uno, según, escribía todo lo que yo iba diciendo, porque se suponía que estaba haciendo el acta con mi declaración, pero luego supe, porque tuve que firmarla, que nomás puso lo que se le pegó su gana. Cuando quise corregir, me dijeron que no importaba, que yo estaba casi libre (¡¡¡ ¿acaso estaba detenido? !!!) y que el que pagaría por todo era David.

Que si lo quería acusar, lo dijera en ese momento porque después nadie me iba a creer, que después no podría cambiar mi declaración, que si sentía que él había preparado todo para hacerlo parecer más real y que sólo me había usado, debía denunciarlo.

¡Estaban locos! ¡Locos de remate!

No nos creyeron ni un poquito.

Estaba realmente asustado y lo fueron logrando quienes se suponía debían defendernos, preguntarnos qué camioneta era, qué características tenían los asaltantes, qué detalles recordábamos. Pero no. ¡Nos estaban acusando y cuando yo deje de ser sospechoso, querían que acusara a mi cliente!

¡Locos de remate!

Al final, dejaron salir a David, lo hicieron firmar un acta que no sé cómo obtuvieron y lo citaron para el día siguiente, a las 9, para ratificar la denuncia. Eran las 4 de la mañana.

Y a él aún le faltaba dar la misma explicación a su novia y a su futuro suegro. Supongo que fue menos traumática que la que habíamos vivido allí.

Por eso no me disgustó tanto aquél "al diablo con sus instituciones", porque ya ven: cuando uno quiere que nos protejan, lo que logran es que les tengamos tanto o más miedo que a los delincuentes honestos, es decir, los que no tienen reparo alguno en decirnos que lo son, sin ocultarlo.

Fui a dejar a David a su casa y después me fui a la mía. Hambriento pues no teníamos ni un quinto y no habíamos comprado nada para comer, somnoliento porque estas cosas cansan, además de la desvelada, asustado, muy asustado porque en realidad estuvimos a punto de morir o de ser encarcelados sin deberla ni temerla, pero sobre todo muy, pero muy enojado. Mucho quiero decir. Estaba que me llevaba el diablo de coraje.

Pero bueno. Pasaron ya más de cuatro años. David cerró la tienda a los pocos meses y ahora trabaja en una empresa, ahí nomás de director general y yo, pues aquí sigo. Ya ven.

Blas Torillo.

miércoles, 13 de agosto de 2008

María.


La foto de María
es mía


- Y tú, ¿cómo te llamas?

- Blas, ¿y tú?

- María.

- No. No es Blas. Es Blasito, porque lo quiero mucho, dijo Ana.

- ¡Ay si! ¡Blasito! Medio sangrón el nombre ¿no? ¡Blasito!

Era 1979 y estaba en segundo trimestre de la carrera. En el salón estábamos Ana Grinberg, mi amiga desde primero, que hace poco supe que estaba dando clases en alguna universidad de Estados Unidos, María Chacón Calderón y yo. Así la conocí.

Ella también estaba estudiando comunicación en la UAM-X, pero todavía en otro salón, debido a la organización de la escuela.

No sé cómo, pero comenzamos a llevarnos más o menos bien, sin que nuestra amistad fuera destacable por algo. Pasó el tiempo y cuando llegamos a cuarto trimestre, comenzando el segundo año de nuestra licenciatura, nos tocó juntos. También estaban Beto, Lupita, José Arturo, Ceci, Carmen y Fabricio, entre los que recuerdo que compartíamos grupo.

María era linda (hoy lo es más, sin duda) y además estudiosa. No sé si lo de la escuela, pero le encantaba leer. De todo, como a otros de los compañeros. Esto fue sin duda factor para solidificar nuestra amistad. Pero también le gustaba escribir, como a mí. Y aprovechamos el gusto enviándonos cartas en cada vacación. Había tratados y recados, pero nos escribíamos mucho.

Muchas veces me dio cobijo en su casa, y hasta me asignó su "estudio" (para cuando se me hiciera tarde para regresar), que era el cuartito de servicio del depa donde vivía. Allí, en medio de cuatro paredes blancas y una alfombra roja, un librero viejito, una mesita que no recuerdo si llegaba a escritorio, un tocadiscos portátil, los discos de Silvio, entre los que destacaba Rabo de Nube y muchos libros, nos pasamos horas, cientos de horas, platicando, escuchando música, fumando delicados con filtro, viendo el techo, llorando, leyendo poesía en silencio o en voz alta, recordando, pensando en nuestro presente, entonces, y en nuestro futuro, incierto todavía, pretendiendo comprender a nuestros padres y sintiéndonos incomprendidos por ellos, compartiendo nuestros silencios, nuestros dolores, nuestros logros, nuestras aventuras y desventuras, las preocupaciones y las risas. Y si hacía frío, nos metíamos a su casa, y en la sala era donde vivíamos todo eso.

Allí nació en realidad nuestra amistad. La profunda. La eterna.

Casi para terminar de estudiar, se fue a vivir con Ceci a un departamento cerca de la Alberca Olímpica y ahí las fui a ver, a las dos, un día, entonces con pocas cosas de la escuela en común.

Yo regresé a Puebla y poco después María se casó (fui a su boda ya de la mano de Oli, que estaba entrando en mi vida como un torbellino), dejamos de vernos, pero seguimos escribiéndonos, de todos los temas, pero con uno solo: éramos amigos.

Pasó el tiempo. No volví a verla y las cartas tomaron un descanso. Cuando por fin me animé a escribirle de nuevo, ocurrieron las cosas esas de la vida que uno no sabe bien a qué atribuirlas. La carta le llegó el día en que se estaba cambiando de casa, después de la muerte de su mamá. La guardó en alguna caja y la encontró mucho después. Pasaron 4 años para que me contestara.

Si yo hubiese enviado esa carta un día después, si ella hubiese salido con la mudanza una hora antes, si no hubiese tenido una caja segura donde ponerla o si no hubiese tenido tiempo y modo de revisarla, ya en casa con su nuevo esposo y dos hijos, nuestra amistad no sería más que un bonito recuerdo de cuando fui universitario por primera vez.

Pero todo eso pasó y me mandó una carta apoteósica, (lo sería sólo por los 4 años de factura), donde me contaba todo esto y más. La respondí, ya a su nueva dirección, con otro libro y así seguimos.

Un día, de mi trabajo en 1995, me mandaron a México por algo y como la dirección era cercana a la que yo tenía apuntada de ella, pues fui, sin avisar.

Llegué. Toqué el timbre. Nadie acudió. Y de nuevo la suerte, el destino o la casualidad: Cuando ya me iba, pensando en lo absurdo de no avisar una visita en una ciudad donde todo se relaciona con el tiempo, me di la vuelta cuando me gritaron: ¡Blas! ¡Blasito!... Era María, regresando con prisa de no sé dónde, queriendo sólo recoger algo que olvidó en la casa. Canceló lo que iba a hacer, me invitó a pasar, le habló a Ceci, su comadre, por teléfono para que fuera, sin decirle que yo estaba ahí y, pues sí, nos pusimos a platicar. Me mostró su casa muy orgullosa, me dijo de sus logros y de sus pesares y comenzamos de nuevo a darle una retocadita a la amistad ya entonces de muchos años, pero más de palabras, palabras de aire y de tinta.

Volvimos a nuestra epistolar relación y conocimos a nuestros hijos y parejas, nuestros proyectos y sueños, nuestros fracasos y dolores.

Un día me dijo que tenía problemas con su empresa. Que su nueva pareja, Roge (un tipazo en realidad), y ella estaban intentando de todo para sacarla adelante, pero que la situación era difícil. Y no me podía negar a ayudarla. Fui a México, firmamos un contrato que comparado con otros, era más bien de paga simbólica y nos pusimos a diseñar su rescate. Pero en efecto, la situación era ya muy delicada y tuvimos que suspender los trabajos. Sin embargo comenzamos a llenar el espacio de bits y de proyectos.

La última vez que la vi, antes de escribir esto, fue el 5 de enero de 2006. Fui a la última sesión de consulta y después me acompañó a buscar una compu como ésta en la que escribo y que en esa ocasión no compré. Recuerdo que al salir de su casa en la que me asiló esa noche (una vez más), vi un regalo que le dejaron los Reyes Magos: una carta.

Entre el bendito correo electrónico, que a su ritmo, pero no se ha detenido, y las ganas de seguir platicando, ella me acaba de enviar otra carta-email, donde me cuenta de cómo le está yendo bien a ella y a sus hijos, cómo la vida parece sonreírle de nuevo y cómo otra vez, está en paz consigo misma y con el mundo. Me pidió que le contestara, pero mejor le preparé este post, que es también un homenaje a la amistad profunda.

A María, mi amiga, la de siempre, la eterna, la que sé que está y estará. Te quiero mucho.

Blas Torillo.

PS. Te cuento amiga, que aparte de los problemas de dinero, que son como la cosecha de mujeres, ¡todo bien!

domingo, 22 de junio de 2008

Por primera vez en Cuetzalan.


La foto del Letrero de Cuetzalan
es mía


Por algún motivo no había podido viajar a Cuetzalan ya en el último año de la carrera. Todos mis compañeros habían ido, menos Beto y yo.

Por eso, en las vacaciones de la Semana Santa de 1984, partimos para allá, desde Puebla, el miércoles. Fue toda una experiencia, porque para empezar, el camión que tomamos no llegaba hasta allá. Se quedaba en un ciudad chiquita, también en medio de la sierra, que se llama Zacapoaxtla. Esa, precisamente, de donde vinieron los campesinos e indios a luchar contra los franceses en 1862.

En Zacapoaxtla, a las 11 de la noche de un miércoles santo no hay donde quedarse. Todos los mesones y hotelitos están llenos y nadie viaja a esas horas, los 40 kilómetros de curvas que hay hasta Cuetzalan. Nos dispusimos a buscar donde quedarnos, fuera lo que fuera y por fin nos alojaron en una posada pequeñita, medio oscura y húmeda, por una cantidad que lo único que recuerdo es que nos pareció un robo. Dormimos lo mejor que pudimos, habiendo cenado no más que unas "garnachas", tortillas dobladas con papa y queso adentro, medio fritas, servidas con salsa y crema. En realidad, muy ricas.

Al otro día, temprano desayunamos huevos duros (cocidos o hervidos, para que sepan de qué hablo), pan de dulce y algo de beber. Y comenzamos a buscar cómo irnos a Cuetzalan. Tomamos un taxi, que funciona más como ruta, y en el que hay pasajeros distintos, con diferentes destinos, que se van sustituyendo por otros en el camino. Así, después de un viaje medio "trompicado", llegamos a Cuetzalan como a las 12 del día.

Nos instalamos en un hotelito que todavía existe, llamado Posada Jaquelin, en honor de una de las hijas del dueño, creo. Cuartos pequeños, de hecho tan pequeños que para todos, había solo un baño para hombres y otro para mujeres, ambos a mitad del pasillo, en el descanso de la escalera. Sábanas húmedas, casi mojadas (ahora sé que así es hasta en el hotel más caro, pues). Niños ruidosos y olor a tierra mojada por todos lados. Pero con una terraza muy padre, donde prácticamente nos apropiamos de las dos sillas de playa que tenía durante todo nuestra estancia.

Después de instalarnos, salimos a conocer: el zócalo, las callejuelas, la gente, los olores, el cielo medio nublado, las tiendas claramente mestizas y los puestos, pocos en ese Jueves Santo, claramente indígenas. Nos sentíamos como viajando al pasado de nuestra patria. Comimos como a las 4 y nos regresamos al hotel, bañados en sudor, por la humedad y contentos. Más noche, después de un baño casi ritual (había que esperar a que salieran otros huéspedes que estaban en el mismo proceso, haciendo fila, sin poder salirse porque nos ganaban el lugar), salimos de nuevo a caminar y encontramos una cantinita a la que entramos, Beto a echarse unas "chelas" y yo, refrescos.

Nos la pasamos realmente bien, platicando entre nosotros y con el cantinero. No hubo nadie más esa noche ahí, así que nos sentimos casi dueños del lugar. Al salir, mi amigo iba realmente "servido" y yo tenía un dolor de estómago infernal. Demasiados refrescos, diagnosticó el doctor Beto. Llegamos al cuarto y nos quedamos dormidos casi de inmediato.


La foto del templo de Los Jarritos
es mía



El viernes salimos al sonido de las campanas, porque comenzaría la procesión de las imágenes sagradas, desde la iglesia de Los Jarritos, hasta la de San Francisco (en la primera foto), que está a un lado de la posada.

Decidimos salir a ver, tomamos las cámaras, y nos fuimos con la gente. Recorrimos muchas calles del pueblo, conociendo y descubriendo lugares y tradiciones que nos volvieron a llevar a un pasado que no conocimos. El cura, en las reflexiones de cada "estación" del Viacrucis, además de hablar sobre lo que se debe hablar entonces, nos mostraba una parte del pueblo, con la gente, su gente, cantando y viviendo intensamente su religiosidad.

Cuando terminamos, en medio de un calor húmedo sofocante, fuimos a comer algo, no recuerdo qué, y después fuimos a la terraza del hotel. Nos sentamos a leer y a platicar. No sé qué libro llevábamos cada uno, pero entre el calor y las letras, nos quedamos dormidos. Después, al despertar, como a las 4 pm, seguimos leyendo.

Esa tarde, nos pasó algo que no me ha vuelto a suceder. Estábamos en la terraza, sin una brizna volando, acalorados y de pronto, como de la nada, nos llegó una ráfaga de viento, un viento no tibio, sino caliente. Constante, apacigüante, desde una costa que no podíamos ver, pero que nos trajo el olor del mar y una especie de sopor. La corriente duró más que unos minutos y nos dimos cuenta de cómo llega la primavera, no la de los calendarios, sino la verdadera. Me gustó mucho la experiencia.

Para no variar, nos fuimos a la cantina de nuevo: más chelas para Beto, más refrescos (pero con medida) para mí. Platicamos de nuevo, incluso le llevamos al cantinero los libros que estábamos leyendo y platicamos de ellos. Así hasta la media noche, cuando nos fuimos a dormir.

El sábado fuimos a las cascadas. La Gloria se llama a la que fuimos (hay por la zona, muchas y muy padres, tanto como ésta que les cuento o más). Nos mojamos y estuvimos, entre los mosquitos y un montón de gente, contentos y relajados. Comimos lo poco que habíamos llevado desde Cuetzalan y al regresar, nos gustó habernos sentido realmente en medio de la naturaleza.

Regresamos al hotel, comimos y salimos a caminar. Se los cuento rápido, pero estábamos muy cansados, aunque no queríamos regresar sin recorrer lo más que pudiéramos. Queríamos "quedarnos" con el lugar, tenerlo, hacerlo nuestro. Estábamos realmente contentos de haber ido.

En la noche ya no teníamos dinero para ir a la cantina, así que nos quedamos en un puesto de garnachas en la escalinata donde los domingos se colocan los puestos del mercado. Esa noche bajó la neblina y nos dejó conocer por qué es famosa esa ciudad: el cielo a nuestros pies (y nuestra cabeza y el resto de nuestro cuerpo). La neblina es densa, tibia y fantástica.


La foto de las Faldas.jpg
es mía



El domingo, antes de buscar cómo regresarnos, estuvimos en el mercado, el tianguis que se pone todos los domingos, donde se vende de todo, desde (en aquel entonces), casets con música popular y hoy cd's y dvd's, hasta chiles verdes y artesanías locales. El mercado de Cuetzalan es uno de los eventos más importantes de la región, y cada domingo, bajan o suben cientos de campesinos e indígenas a intercambiar sus productos por unos cuantos pesos. Es tradición sí, pero también evidencia de la pobreza.

Tomamos algunas fotos y alguna cosa para comer, pagamos el hotel y nos dirigimos a la "estación" de autobuses, una calle con una gasolinera vieja, que ya no daba servicio, pero todavía con sus bombas y anuncios de un Pemex que entonces estaba en jauja. Cientos de personas queriendo regresar, a Puebla, a Teziutlán o a lugares más cercanos como Zacapoaxtla mismo o Zaragoza, ciudad de paso en el camino.

No compramos los boletos, porque esos se compran arriba del camión, así que el objetivo era treparse a uno como fuera, siempre que tuviera como último destino mi ciudad. Era importante salir temprano, porque Beto todavía tendría que viajar a la ciudad de México, y en domingo santo, la cosa era dificil. Finalmente logramos subirnos a un camión, el que saldría a las 11 de la mañana, conseguimos, no sé cómo, asiento y de regreso, nos quedamos dormidos hasta Puebla.

Ese viaje soldó la relación con uno de mis mejores amigos, Silvestre Alberto Acevedo Hernández, que hoy vive en Sonora y es un investigador reconocido. Tiene más de 23 años que no lo veo, pero sé que está bien, creciendo y aprendiendo, que es lo único que podemos seguir haciendo sin parar.

Así que ¡salud!, querido amigo. Tú con tu cerveza y yo con mi squirt.

Blas Torillo.

PS. En julio de ese mismo año conocí a Oli en Tlaxcala, y cuál sería mi sorpresa al saber que ella es de Cuetzalan. Bendito pueblo, ya casi mío, después de 24 años.

martes, 29 de abril de 2008

¡Reprobado!


La foto del Examen
es de MarkCat


Había entrado a la secundaria después de un intenso proceso de "estresamiento", por parte de nuestra maestra de sexto de primaria. Ella les cobró a nuestros papás por un curso de preparación para el examen de admisión al siguiente nivel y algunas semanas, no sé cuántas, fuimos a su casa todos los días de lunes a viernes, donde había acondicionado su cochera para el efecto. Lo malo fue que conforme íbamos repasando lo que ya habíamos visto en clase, entre el contexto y los nervios, nomás nos estresamos de más.

Total que llegó el día de hacer el examen y, sin recordar en realidad muchos detalles, sé que lo aprobé, porque de pronto era alumno de secundaria.

No había sorpresa, porque durante toda mi historia como alumno hasta entonces, había sido buen alumno. De hecho muy bueno.

Pero entre las hormonas que comenzaban a darse cuenta de que existían, cuando tenía 12 años, y los cambios de funcionamiento de la escuela, pasar de un solo maestro todo el año, a 8 maestros distintos y de a 50 minutos cada uno, nuevos compañeros y demás, las cosas comenzaron a salir mal.

El primer mes, cuando llegó el período de exámenes, al que más miedo le tenía era a inglés. El maestro era medio rígido, no enojón, pero serio; nos había "enseñado" eso del pollito-chicken, gallina-heny alguna otra cosa relacionada con el I am y el You are. Pero entonces a mí no me entraba el inglés.

Total que llegó la hora de su clase-examen y nos dictó algunas preguntas.

De pronto, como de la nada, el papel comenzó a deformarse. Lo veía raro. Se convirtió poco a poco en una mancha como queda la tele cuando se va la señal, pero las teles de antes ¿se acuerdan? Cuando comenzaban a pasar rayas negras verticales que iban de un lado al otro y rayas horizontales, que bajaban y no dejaban de bajar, hasta que le movíamos unos botones para corregir.

Bueno, pues lo que yo veía era la hoja, el pupitre, mis compañeros, el maestro, el salón, el patio todo rayado de arriba para abajo y de un lado para otro, con rayar delgaditas, que pasaban muy rápido.

Y no sólo no recordaba, en caso de que alguna vez lo hubiera sabido, nada del inglés que se suponía debíamos saber, sino que ni siquiera podía ver las líneas donde debía escribir. Después de unos 10 minutos, comencé a llorar. El maestro me dijo que ya habría tiempo de reponer. Que había que estudiar más y esas cosas que decimos los maestros.

Pero no lloraba por el examen. Lloraba porque me empezó un dolor de cabeza como nunca había tenido otro. Sentí náuseas, quería que cerraran las cortinas y que todos se callaran, porque la luz y los sonidos más apagados hacía que mi cabeza me doliera aún más.

Cuando llegué a la casa, le conté a mi mamá del dolor, pero no del examen. Sabía que lo había reprobado, porque no contesté nada. Mi mamá bautizó el dolor: Tuviste una jaqueca. Hoy sé que eso se llama migraña, pero en esos días, ni idea teníamos.

Pasaron dos semanas y la maestra jefa de grupo llevó los resultados: Blas Torillo. Sacaste cero en inglés.

No sé cómo describir lo que sentí. Nunca había reprobado y además no me esperaba el balconeo, pero ahí todos supieron que había reprobado. Había que llevar la boleta a la casa y mi papá debía firmarla.

¿Pena? ¿Coraje? ¿Indefensión? ¿Soledad?... Eso es. Me sentí solo. No era la primera vez que me daba cuenta, pero si la más clara: estaba solo. Mi papá seguro me regañaría. Mi mamá seguro diría algunas palabras de consuelo. Mis hermanas me dirían que todavía quedaban muchas oportunidades para pasar, que no era el fin del mundo. Mis amigos, pues ni siquiera recuerdo si me dijeron algo. Pero yo me sentí solo. Muy solo.

Después reprobé otras materias y ya parecía deporte, hasta que llegó el tiempo de la universidad. Esa se las platico después. Lo que quiero contarles ahora es que pienso que las teorías pedagógicas de ningún tiempo, se han preocupado por lo que siente el que reprueba. La escuela nomás lo hace, los maestros pues, pero la escuela toda y deja que cada quien se arregle con sus emociones y sentimientos.

Tendré que repensar muchas cosas, y seguir del lado de mis alumnos. Ellos son los que me invitan a dar clases. Ellos son el motivo y habrá que saber seguir en la escuela, sin dejar solo a nadie.

Blas Torillo.

miércoles, 20 de febrero de 2008

En bici.


Tomé la foto de esta Bici
del sitio solo stocks


Hace muchos años ya que mi papá me regaló mi primera bici. Era rodada 24, azul, turismo y sin cualquier cosa extraordinaria.

Tendría unos 10 años y me gustaba salir a dar paseos primero con mis hermanas y luego, algunos años después con mis amigos. Pasaron muchas cosas en las bicis, desde caídas espectaculares que hoy quizá saldrían en mtv, y pintas de la escuela para ir a echar relajo, hasta rondas a la casa de ella… bueno, las casas de ellas, porque durante mucho tiempo sólo tuve este maravilloso vehículo, no el mismo, pero siempre bici, para intentar el amor.

En algún momento de la prepa, mi papá me compró una bici grande, rodada 28, turismo también y con portabultos, adminículo cuya intención no descubrí hasta que un día él necesitó algo de una tienda lejos y pues ahí estaba yo, de mandadero de mi padre.

Me gustaba salir a pasear, ir a la calle donde vivían algunos de mis amigos y verla a ella, o dar vueltas solo, pensando en un millón de cosas sobre el futuro, el cariño, la juventud y desde luego el cansancio. Mojarme bajo aguaceros diluvianos o quemarme la piel al sol sin dejar de avanzar.

Cuando trabajé en la Universidad de las Américas, Puebla, hubo, en algún día previo a la navidad de 1991 un bazar para empleados y ahí vi la que sería mi tercera bici: una benotto de montaña, de las primeras que hubo, misma que compré con mi sueldo, disfruté con todas mis fuerzas y regalé con dolor, hace unos dos años.

En esta bici, roja, negra y amarilla, fue que rompí mis propias marcas. Ya casado, salía con Oli, ella en su bimex, rodada 24 y yo en la mía a conocer lugares que nunca imaginé o a recorrer rutas que hacía tiempo había hecho con mis hermanas, en una ciudad totalmente cambiada. Terminábamos muy cansados pero muy contentos.

En esta bici todavía me tocó llevar a Oli Berenice a la primaria y recogerla a la salida, no porque no hubiera otros medios, sino porque nos gustaba mucho, ella en el portabultos que le puse, cometiendo un sacrilegio para bicis de montaña, y yo pedaleando y enseñándole la ciudad y la vida.

Incluso hubo una temporada larga, cuando estaba al final de mis treintas y principio de mis cuarentas, en que cada quince días, los domingos me iba en bici solo, hasta pueblitos cada vez más lejos de mi casa y cada vez más cerca del Popocatépetl, pueblitos que se llaman Nealtican, San Nicolás y Xalixintla… Los que conocen Puebla, sabrán que son distancias largas y subidas imposibles, pero me las ingeniaba para llegar. Y después de 12 o 13 kilómetros de grandiosas bajadas, que antes había tenido que subir, en las faldas del volcán, regresar, que era lo realmente difícil.

Me gustaba mucho andar en bici. Ahora, el trabajo, los años, las responsabilidad y a veces la flojera me amarran a esta silla donde estoy y escribo esto y no me animo a usar la última bici que compré. Era para Oli Bere, verde, de montaña, rodada 26, pero siempre ha dicho que le queda grande y no la usa. Se me antoja salir de nuevo a dar vueltas por doquier y se me antoja olvidarme un rato de los problemas diarios.

Andar en bici: pasatiempo, pretexto, escape, refugio, disfrute o terapia, siempre me ha sido compañía.

Blas Torillo.

sábado, 16 de febrero de 2008

Mis mejores amigos.


La foto de estos Amigos
la tomé del sitio Bored to death


A lo largo de mi vida he tenido varios mejores amigos. Desde la primaria, cuando en tercero conocí a Toño que llegó de alguna escuela de Veracruz, creo, porque cambiaron a su papá de sede en el trabajo, hasta Memo, que por cierto acaba de cumplir años este 14 de febrero.

Todos han sido compañeros, confidentes, consejeros y amables representantes de mi conciencia cuando las dudas se han agolpado en mi mente.

Con el riesgo obvio de olvidar a alguno, haré mi lista: Toño (García), Oscar, Beto, María, Martín, Toño (Conde), Adriana, Rodrigo, Memo.

Como verán, confirmo esta idea de que se pueden contar con los dedos de una mano, aunque yo necesito parte de la otra.

Mis amigos estuvieron ahí y sé que siguen, aunque haya pasado algún tiempo que no he visto a la mayoría.

Me acompañaron y compartieron algunas etapas de mi vida, de aquellas que son definitorias de lo que se es y lo que se puede llegar a ser, momentos en los que uno decide y aprende las cosas sustanciales, tiempos en que la vida nos presenta disyuntivas que nos marcan el camino, debiendo olvidar las otras posibilidades.

Mis amigos, de los que adelante me ocuparé de a uno por uno, también definen lo que ahora soy, y lo que ya no podré ser. Lo mejor es que estoy contento con lo que he logrado y con los proyectos en los que ellos ya no participan, pero que alimentan mi espíritu para lograrlos.

A pesar de la distancia, del tiempo y de las circunstancias, quiero dejar constancia de que los quiero, los recuerdo, los extraño y que me encantaría volver a encontrarnos, aunque quizá tuviéramos vidas muy distintas. Somos, también por habernos encontrado.

Blas Torillo.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Navidad en internet.


Tomé la foto de estos Amigos
del sitio Blogs ya


La Navidad también son...

Chila, Cristi, Sirako, Resons, Sam, Dani, Chachairu, Común, Mabel, Millaray...

Kabeza, Isaac, Salvador, Cata, Mauricio, Tazy, Waipu Carolina, Cumerina, Jonice, Concharra...

Trini, Enrique, Marcela Citlali, Pamela, Paola, Pável, Baudolino, Margarita, Enna...

Hugo, Queen, Mentes sueltas, Cangonja, Liliana, Mónica, Sergio, Hisska, José Juan, PepMac...

Lirita, Pillo, Zel, Ana, Ocelotl, Edgardo, LiL, Beto, Tyler...

Mar, Paloma, Juan Manuel, GHelp, Babel, Mucha, Rayo, Eufrósine, Luna, Carolina...

Mono Azul, María, Amelíe (con el acento al revés), Angie (colega), Feroz, Aira (hasta otra luna), Humberto, Ish, Paula, Marissa...

Jorge, Laura, Lingüista, Antonio, Carmen, Víctor, Domenec, Juan Manuel, Katy, Memo...

David, Magda, Luda, Jorge, Andy, Gerald, Carlos, Ishtar, Deepak, Luciano...

Alegría, Ema, Guaripolo, Trimax, Nat, Mario, Maya, Andrea, Carmen, H.M. Amigo, Ricardo...

Y los que seguro recordaré, aquí o después.

Gracias a todos, por darme material para recordar... para seguir recordando.

Un abrazo amigos y amigas en el internet, desde el fondo de mi corazón.

¡Feliz Navidad!

domingo, 4 de noviembre de 2007

Tabasco inundado. A media noche, ¡emergencia!

Página para buscar gente en los albergues de Tabasco y Veracruz, por nombre y municipio.


Tomé la foto Tabasco 13
del sitio Noticias AOL


Tenía, creo, 7 u 8 años. No sé qué día de la semana era, pero me dormí temprano. En casa de mis papás, las cosas eran más o menos así. Había que prepararse para la escuela al día siguiente y supongo que todo estaba lista para ello, con la ayuda de mi madre o de mis hermanas.

La casa era todavía de un solo piso, y la recámara donde dormían mis padres daba a la calle.

Así, como a la una de la mañana, que entonces para mí era de plano muy noche, tocaron con desesperación en aquella ventana. Era mis primos, que entonces tendrían entre 9 y 14 años de edad, más o menos. Después mi tía también tocó la ventana.

Yo seguía dormido, así que todo esto lo supe (o lo supuse) después.

Resulta que desde hacía unos minutos se escuchaba un fuerte ruido y un fuerte olor a gas LP (licuado de petróleo). A unas doce o quince cuadras de la casa estaba una instalación de PEMEX, la empresa petrolera mexicana y todo indicaba que el gas que se escuchaba escapar provenía de ese lugar. Es difícil imaginar ahora que un escape de gas pueda escucharse a esa distancia, pero desde luego se escuchaba, así que la magnitud del escape debía ser enorme.

Había allí dos de esas grandes esferas para almacenar combustibles y otros depósitos supongo que también de combustibles. El riesgo era grande en caso de que realmente fuese gas LP y además estaban todas las casas en la zona, también con tanques de gas, las instalaciones eléctricas y todo aquello que alimenta una tragedia.

Me despertaron. Mis hermanas estaban realmente asustadas. Mi papá había ido a trabajar al ferrocarril (cuya estación y patios estaban equidistantes de la instalación de PEMEX, pero hacia el otro lado de la casa) y la que estaba a cargo era mi madre. Queríamos salir, pero no sabíamos siquiera a dónde. Sólo teníamos la idea de alejarnos.

En eso llegó mi tío. Estaba borracho. Qué digo borracho. ¡Borrachísimo!, e insistía en que no pasaba nada, que la cosa no era grave, que él nos cuidaría, que para eso era hermano de mi padre.

Me abrazó y aunque todavía no salíamos de la casa, nos urgía hacerlo, y él no me dejaba ni respirar. Su aliento era desastroso, pero lo que realmente me tenía enojado y temeroso, era que el ruido seguía escuchándose y él no dejaba de abrazarme.

- ¡No mi Blasito! No te va a pasar nada. Deja que las viejas se vayan. Yo te cuidaré, no te apures...

Como no sé cómo poner esto con voz ni olor de borracho, no puedo expresarles el miedo y la rabia que me fueron invadiendo.

- ¡Deja a tu mamá! Que ella se vaya si quiere. Yo te cuido...

¡Vaya que estaba asustándome, cada vez más!

De pronto escuchamos pasar una patrulla de la policía, que con el radio o un megáfono y la sirena a ratos, fue despertando a los que aún dormían en el vecindario y pidiéndonos que saliéramos rumbo al zócalo de la ciudad, unas 15 calles más al sur, en dirección contraria al ruido (y a la instalación de PEMEX), confirmando nuestros temores: La cosa era grave, seria y debíamos huir.

Mi tío sin embargo insistió.

Por fin, medio recuerdo eso, no sé si mi madre o mi padre que habría llegado en ese lapso, le gritó:

- Mire (o mira) Rubén. Si usted se quiere (o si te quieres) quedar aquí y morirse (morirte), es su (tu) problema. Yo me llevo a mis hijos.

Y me arrebató de sus brazos.

Susto por un lado y coraje por el otro, tardé muchos años en perderle el rencor a mi tío, que tiene pocos años que murió.

Total, que cuando estábamos saliendo, mi hermana Josefina se acordó (o al menos en ese momento me di cuenta), de su gato. Y se puso a buscarlo. No recuerdo si lo encontró o no, pero al final salimos de la casa. No éramos sólo nosotros. Todos los vecinos, mis primos y tía incluidos, llevábamos algunas cosas cargando, esencialmente ropa de abrigo y algunos documentos, pero nada más.

El ruido seguía escuchándose. El olor a gas continuaba. El tío Rubén se quedó en su casa, angustiando de más a mis primos y a mi tía. No había servicio de transporte público y comenzamos a caminar hasta que alguien nos dio un aventón y como a las dos de la mañana llegamos al centro. Ya no se escuchaba el escape, pero si podíamos aún oler el gas.

Estuvimos ahí hasta las tres o cuatro de la mañana, creo, muriéndonos de sueño y frío, hasta que pasó la policía diciendo que podíamos regresar a nuestras casas.

Después supimos que el gas se transportaba en un tubo que estaba dentro de otro tubo con agua. Que por alguna razón el gas se había calentado de más y había hecho que el agua del tubo de control hirviera y ese era el gas que se escuchaba escapando. Peligroso de todos modos.

También supimos que si hubiera habido una explosión, mi casa y las de los vecinos no habrían quedado incólumes, adelantándose a la tragedia de San Juanico.

Nunca me lo creí del todo, pero estuve emocionado unos días porque había podido leer la noticia (medio lento pues), en el periódico de esa tarde, La voz de Puebla (mismo que por cierto, acaba de cerrar sus puertas después de tantos años).

¿Consecuencias? Pues la desvelada. Creo que no fui a la escuela ese día y, estoy casi seguro que desde esa noche decidí inconscientemente, que no me gusta el alcohol, así que soy abstemio total. Algo bueno salió pues, de esta la primera emergencia que viví.

Blas Torillo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Dormir.


La foto del Metro
la tomé del sitio Sin contratiempo


Cuando estaba estudiando la licenciatura, en la Ciudad de México, vivía en Xochimilco, muy al sur, en la zona (relativamente) de la universidad.

Pero muchos de mis compañeros vivían muy lejos. Una de ellas era Guadalupe, Pilla para sus cercanos. Su casa estaba en la colonia Electra, muy… pero muy al norte.

En muchas ocasiones tuvimos que ir a hacer trabajos a su casa y como tenía coche, pues a veces me llevaba cerca de alguna estación del metro al terminar.

Un día de tantos, después de algunas desveladas para terminar un trabajo, Pilla me llevó al metro Chapultepec, como a las diez y media de la noche.

Todo muy bien. Me subí al metro y en cuanto conseguí lugar, me quedé dormido.

Cuando desperté me di cuenta que me había pasado varias estaciones desde aquella donde debía transbordar a otra línea para ir a mi casa. Fue pesado despertar y reconocer que habría que regresar unas cinco estaciones, pero ni modo.

Procuré no dormirme en ese regreso y lo logré. Llegué a la estación donde debía abordar el siguiente tren en la nueva ruta, me subí y… me quedé dormido de nuevo. Cuando llegamos a Taxqueña, la terminal, me despertó una señora de las que hacen el aseo de los carros y me dijo:

- Joven… ya bájese… ya nos vamos. Ya se bajaron todos.

Como “chiflón” (que me imagino que es como un ciclón popular y hablado), me bajé apenas a tiempo antes de que cerraran la puerta.

Uf…

Aún tenía que tomar un autobús para llegar a la casa y pues no había más que hacer fila en la calle para esperarlo. Eran ya como las once y media, el frío calaba, el cansancio más y en realidad me moría de sueño. Por fin llegó el camión, el último de ese día y nos subimos unas 15 personas. El camino a Xochimilco era largo y para no variar, me dormí profundamente.

De pronto, un señor amigo del chofer, me despertó casi con un grito:

- ¡Hey!… ¡Ese chavo! tocándome el hombro con fuerza. ¡Ya vamos a encerrar el carro joven… Bájese porque si no lo dejamos aquí adentro!

¡Caray! Despertar así es una de las cosas más feas que pueden pasarnos..

El camión había llegado al centro de Xochimilco, donde estaba su terminal, como a las 12 y cuarto, según me dijo el señor. Estuvieron allí media hora más, cenando en un puesto y al cuarto para la una se dirigieron al encierro, donde estábamos entonces, a unas calles del centro pero en dirección contraria a mi casa.

Me explicó que no me vieron ni él ni el chofer porque nomás se asomaron desde el frente y como no vieron nada, pues nada hicieron. Yo me había recostado en uno de los asientos dobles y quedé oculto para ellos hasta que iban a poner por dentro los candados de la puerta de atrás.

Total que a esa hora, todavía tuve que caminar las 14 calles que me separaban del Barrio de Xaltocan, que era donde estaba mi casa, en el pueblo de Xochimilco. Con hambre, a oscuras, cargando la mochila, con poco dinero y además sin un mugre y mínimo puesto de lo que fuera para pedir cualquier cosa, camine al mejor estilo de los zombies hasta llegar a la casa. Entré, me desvestí, me acosté y…

... no pude dormir sino hasta después de las tres.

Lo único bueno era que el siguiente día era sábado.

Blas Torillo.

martes, 2 de octubre de 2007

2 de octubre de 1968.


La foto del 2 de octubre 2007
la tomé de La Jornada.


¡No se olvida!

Blas Torillo.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El primer sueldo en la Ibero.


Tomé el logo de la Ibero Puebla
de la página del Centro Cultural Iberoamericano


Tenía ya casi dos meses dando clases en la Universidad Iberoamericana, Plantel Puebla (entonces se llamaba Plantel Golfo-Centro), en la licenciatura en comunicación cuando se presentó una oportunidad que no esperaba.

El coordinador de la carrera, Napoleón Glockner, estaba a punto de irse a estudiar su maestría a España y el puesto quedaría vacante.

Había otra profesora, doctora en letras hispánicas que calificaba mucho más para el puesto, tenía experiencia docente, había hecho investigación, había sido funcionaria en otras universidades y tenía más años que yo (con todo eso hecho, no había de otra pues), así que no me hice ilusiones al respecto. Hasta pensé que quizá en un futuro se presentaría otra oportunidad parecida.

Yo tenía 24 años, había dado tres cursos en mi vida a nivel superior (aparte de los dos que estaba dando en ese momento), y en realidad no sabía lo que quería.

Un día, la última semana de septiembre de 1984, el coordinador general académico, Pablo Humberto Posada, me llamó a su oficina y me preguntó sin rodeos:

- Licenciado: ¿Le interesaría ocupar el puesto de coordinador de la licenciatura en comunicación?

Me quedé helado.

Hoy sé que pude haber preguntado un montón de cosas: ¿de qué se trata el empleo, qué hay qué hacer, cuáles son los objetivos de la universidad respecto de la carrera, qué convenios hay firmados y con qué instituciones, cuántos maestros tenemos, cuáles son las expectativas de crecimiento de la matrícula, quién sería mi jefe, qué tipo de procedimientos se tienen y cuáles hay que seguir de inmediato, qué tipo de apoyos tendré?…

Y así por el estilo.

Supongo que Pablo Humberto esperaba algo parecido, porque la cara que puso demostró que pregunté algo inadecuado, aunque desde luego importante. Lo único que se me ocurrió decir en ese momento fue:

- ¿Y cuánto pagan?

Ahora me da risa, pero entonces aprendí algunas cosas respecto de cómo se pide o se acepta un trabajo.

Blas Torillo.

martes, 18 de septiembre de 2007

500 entrada S.


La foto de la S
es mía


Recordar es algo que se me ha vuelto costumbre. Me gusta pensar en los detalles, en las mínimas gotitas de recuerdo que se asoman cuando huelo un aroma, cuando veo a una pareja en la calle, cuando miro un amanecer, cuando escucho una canción, cuando leo un poema, cuando me escriben un correo electrónico, cuando camino, cuando sueño…

Recordar es bonito, como una tarde de lluvia en casa de la abuela, incluso aquellos momentos que fueron dolorosos. Pero desde luego el propósito es encontrar los momentos hermosos, para revivir aunque sea un chispazo de los sentimientos que tuvimos entonces.

Recordar, por ejemplo, ese día cuando decidí abrir mi primer blog.

Vamos recordando, que así también aprendemos a ser mejores.

Ahora vayan a todas las habitaciones de la casa. Hay de todo para comer y beber.

Blas Torillo.

PS. Record-ando = 8 entradas.

sábado, 18 de agosto de 2007

Abrumado estoy (Actualización al 15 de septiembre).

Les cuento cómo va la cosa más o menos.

De Oli, pues está mejor. Ya no tiene moretones y los raspones sanaron y aunque al dormir aún tiene un poco de molestias, ha regresado a trabajar y, como siempre, lo hace muy bien.

De la jovencita. No sabemos mucho, excepto que el médico legista debe haber cometido un error de diagnóstico (¡que bien que no es el médico tratante!), porque a ella la han operado cuatro veces ya y no sólo de la clavícula. No sabemos bien de qué pero hasta ahí de su estado de salud. Lo malo para ella es que resulta que es corresponsable del accidente, dado que a 10 metros del lugar donde la atropellaron hay un puente peatonal y ella cruzaba por el arrollo vehicular. A ver qué resulta de eso.

Del fulano. Salió en libertad bajo fianza, lo que quiere decir que tiene que regresar a firmar cada ocho días para demostrar que sigue en Puebla, pero anda libre. La fianza que depositó apenas alcanzaría para nuestros gastos, sin cubrir los de la joven, que seguramente son más altos, así que quién sabe qué pasará por ahí. Nuestro abogado está haciendo lo mejor que puede (no tengo duda de ello, porque es mi sobrino), pero los procesos son lentos. Demasiado lentos para mi gusto.

No hemos podido recuperar el coche, y ahí no sabemos la razón. Tenemos todos los documentos necesarios, pero no nos dejan sacarlo del corralón (encierro), así que seguimos. He usado ya algunas influencias, cosa que no me gusta, pero era necesario. Ahora a ver qué pasa con eso...

Y lo más importante. Nuestro estado de ánimo.

Vamos mejorando. El estrés que nos causó el accidente ha ido cediendo (aunque el que nos provocan los problemas normales ahí sigue... jejeje), y vamos entendiendo que esto ha sido una bendición y una lección.

Habrá que asumir las dos con inteligencia y humildad.

Gracias de nuevo a todos y a todas. A los que han comentado, dicho y solidarizádose en los otros blogs y en éste y creánme que estamos muy agradecidos. La vida deberá recompensarlos de algún modo.

Les dejo un abrazo fuerte a todos y un beso largo a todas.

¡GRACIAS!


PS. Perdón por no haber contestado cada uno de los comentarios de este y los demás posts de cada blog. Algunos supieron que me quedé sin internet casi 15 días y mi trabajo tiene mucho que ver con eso, así que nomás me he dedicado a reponer el trabajo. De todos modos, he leído todos los comentarios de todas las entradas de todos los blogs. Gracias de nuevo.
_____

Han sido tantas muestras de cariño, de solidaridad, de amistad, que abrumado estoy y contento.

Gracias a todos y todas, por venir, por decir, por sentir y por pensar acerca de lo que nos pasó.

Esto de los blogs y sus autores, se pone cada vez mejor ¿no creen?

Es como una familiota, que medio lejana o medio cercana, siempre está ahí. Leyendo-estando y aprendiendo a ser mejores.

Gracias. En verdad gracias.

Les cuento que Oli está muy recuperada. Le duelen todavía sus golpes y le dan comezón sus heridas, pero eso quiere decir que está mejorando.

La niña atropellada no ha dado noticias, así que suponemos que está mejor y que por alguna razón no quisieron levantar la denuncia correspondiente. Queremos pensar que se está recuperando, porque si no, ya nos habrían llamado a testificar en su querella.

El sujeto salió libre bajo fianza y seguimos en el asunto. A ver cuándo y cómo se resuelve.

Bueno ya. Gracias de nuevo. En verdad.

Blas.

domingo, 12 de agosto de 2007

Nosotros.


La foto de Nosotros
Nos la tomó un amigo, pero es mía.
En cada uno de mis blogs hay un comentario
distinto sobre el accidente, al final de la entrada


Ayer sábado 11 de agosto a las 13:30 horas, un estúpido irresponsable atropelló con su auto a Oli, mi esposa. Ella está toda golpeada y con muchos raspones, le duelen muchas partes del cuerpo, pero en lo que cabe, está bien, aunque deberán hacerle más estudios todavía.

A mí, este joven criminal de 23 años, me produjo algunos golpes y raspones menores, pero la peor librada fue una joven de unos 14 años, aproximadamente la edad de mi hija, a quien proyectó a unos 15 metros de distancia y que en un principio pensamos que iba a morir. No fue así, pero sigue grave.

El sujeto iba “conduciendo” su auto compacto a 120 kilómetros por hora, en una avenida urbana, en tercer grado de alcoholismo (de tres grados en total), y cuando salimos del ministerio público, a las 20:30, todavía seguía bajo los efectos de su tremenda borrachera.

Su madre me pidió perdón muchas veces durante toda la tarde y hubo alguien que me dijo que el sujeto era un hijo de la chingada. No. El irresponsable en el accidente, al conducir en ese estado, es sin embargo responsable completo y absoluto de la concreción del accidente. No. Su madre no tuvo nada que ver.

Si al final de cuentas el sujeto sale libre, bajo fianza o como inocente, comprobaré una vez más que las leyes no se cumplen más que para unos cuantos. Si al final queda en la cárcel el tiempo que determine un juez, tampoco quedaré conforme.

Ayer en la noche, entre que no podía dormir y las necesidades que fue teniendo Oli, pensé mucho en si debería escribir esto o no.

Lo hago, porque de nada sirve que yo siga diciendo para mí que el alcohol mata (no sólo a quien lo bebe, sino a quienes pueden cruzarse en su camino), sino para decirlo a todos.

Ayer, nuevamente, como les cuento en la penúltima entrada de este mismo blog, tuve que pensar en todas las cosas que se piensan cuando la muerte nos hace saber que está ahí, esperando nomás.

Ayer, decidí que no pararé de decir a los cuatro vientos dos cosas: Amo a mis Olis y El alcohol mata.
_____

Estábamos esperando que Oli Berenice terminara su trámite de inscripción a la preparatoria. En verdad que el orgullo y la alegría que nos produjo que terminara la secundaria como lo hizo, me habían sido un bálsamo en el mar de problemas que tenemos. Siempre quise, desde que mi secundaria y preparatoria me parecieron la puerta de mis primeros fracasos, que mis hijos, cuando los tuviera, fuesen más inteligentes que yo y supieran hacer un poco más que decorosamente estos niveles de la educación formal.

Oli Bere lo hizo brillantemente. Y ahora que estábamos por terminar su trámite para la prepa, fuimos mi suegra, Oli mi esposa y yo, a acompañarla a ella y a sus amigas Zaira y Ericka, que por fortuna también entraron a la misma escuela, a las instalaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde se dispusieron los procedimientos para hacerlo.

Entraron las chicas y nosotros quedamos afuera, esperando. Llevamos los dos coches porque de ahí, yo regresaba con las muchachas a la casa y Oli y su mamá irían de compras. Sin embargo, en la espera estuvimos cerca del coche de Oli, estacionado a la orilla de la calle, con el lado del conductor dando hacia el arroyo vehicular. Doña Alicia estaba en el asiento del copiloto y nosotros en la banqueta. Después de un tiempo, le dije a Oli que mejor entráramos al auto, porque amenazaba lluvia y dijo que sí, pero que primero iría a comprar una tarjeta para agregarle credito a su teléfono celular (el móvil).

Compré unas papas fritas (chips) y me subí al asiento del piloto, esperando el regreso de Oli. Le ofrecí un bocado a mi suegra quien dijo que no y en eso estábamos cuando vi a Oli parada a un lado de mi puerta, a punto de abrirla. Me adelanté un poco para salir y que ella se quedara en su asiento y yo me pasara al de atrás, cuando oímos el breve, brevísimo chillido de las llantas al frenar, un golpe, vi un cuerpo volando encima de Oli, la cara de ella llenándose de espanto y luego el golpe en pleno arrancando la puerta de nuestro auto, con Oli enmedio.

El momento se me hace eterno. El culpable hace un giro violento para regresar al carril pasando a centímetros de ella; Oli cayéndose a un lado de la llanta de nuestro auto, golpeándose la cabeza en el piso, llena ya de golpes por el atropellamiento, yo jalando de su pantalón para que no caiga y queriendo salir del coche, dándome cuenta medio entre nubes que ya no hay puerta que lo impida; bajándome de inmediato, en medio un montón de papas volando, para ver qué tenía, si estaba consciente, alerta o si, por el contrario, había perdido el sentido.

Mi suegra gritó de desesperación y se bajó del coche por la otra puerta y, ahora lo sé, recordó vivamente la muerte de uno de sus hijos, Luis, mi cuñado, en el año 2000, también en un accidente de auto.

Oli me miró a los ojos, llenitos de miedo y de dolor, de espanto y necesidad. La dije que no se moviera y comencé a buscar en mi teléfono a quién hablarle. No pensé de inmediato en el número de emergencias y no sabía a quién llamar. No acertaba a pulsar los botones con la mínima cordura, hasta que salió un número: Mi cuñado Erwin, esposo de mi hermana Marina. Le llamé y le dije: atropellaron a Oli... a Oli grande; estoy frente al Polideportivo de la BUAP con dirección a Valsequillo y colgué.

Depués de ver que Oli estaba consciente, corrí al lado del primer cuerpo golpeado, el que vi volar. Era una señorita de unos 14 años, con la mirada totalmente perdida, en sus ojitos abiertos, idos, mirando el vacío. Pensé que habría muerto. Alguien lo gritó. Le pasé la mano frente a los ojos y entonces reaccionó. No la toqué. Sólo pasé la mano como cuando un amigo quiere saber si vemos teniendo una venda en los ojos y nos pasa la mano enfrente.

Reaccionó y grité ¡está viva!, ¿ya llamaron a los servicios de emergencia?, a quien quisiera contestarme. De pronto al voltear para regresar con Oli, vi a la mamá de esta niña que al darse cuenta de que era su hija la que está tirada a media calle, reaccionó voltéandose violentamente, gritando de dolor y espanto, negándose a ver. La jalé, quizá bruscamente, y le dije: Su hija está viva y la necesita tranquila. Usted va a tomar decisiones importantes. Tranquilícese. Y corrí donde Oli.

La ambulancia no llegaba, así que por primera vez, quizá tres minutos después del golpe, hablé al 060, para pedir ayuda: "Esta llamada será grabada. Hemos identificado su teléfono" o algo así, y luego una señorita:

- Emergencias. Dígame en qué puedo ayudarle.
- Atropellaron a mi esposa. Estamos aquí y aquí...
- Ok. Ya tenemos el dato. La ambulancia va para allá.
- Oiga. Son dos lesionados. Mi esposa y una niña.
- ¿Dos? Van para allá dos ambulancias. Tranquilícese.

Y entonces comprendí que lo que le dije a la mamá de la niña, era lo mismo que debía hacer.

Cuando terminé la llamada vi a Oli ya en la banqueta, recostada, muy pálida, con la ropa hecha jirones, sin zapatos, respirando muy rápido. Le tomé el pulso y quise saber que estaba estable, pero en tres segundos no se toma el pulso. No pude hacerlo. Mi suegra por su parte estaba pálida al punto del desmayo. Pero es una mujer fuerte que sabe enfrentar estas cosas y resistió.

Me volví a Oli y entonces pensé en el estúpido que provocó todo esto.

No sé de dónde, apareció una patrulla de tránsito y el policía me preguntó qué había pasado. Alguien le acercó un papel con los datos de las placas del culpable y, con más polícías cada vez en distintas patrullas, éste primero se dio a la persecución del irresponsable.

Mientras tanto, los demás autos en la calle, desde luego alentaron su velocidad, pero al quedar sólo un carril, también sus conductores evidenciaron su morbo. Lentamente, más lentamente de lo necesario, iban viendo uno a uno el lado izquierdo de nuestro coche, desecho, a la niña en el piso y apenas alcanzaban a ver a Oli que estaba oculta también por el coche nuestro.

Llegó la ambulancia y le pedí que atendieran primero a la niña. Estaba obviamente más grave que Oli y yo sé que estas decisiones son duras, pero son de vida o muerte. Esperaba que llegara pronto la segunda ambulancia.

Pero no llegaba. Cuando estabilizaron a la niña, le pedí a uno de los paramédicos que revisara a Oli. Lo hizo. Le insistieron en lo mismo que le había dicho antes: no se mueva para nada, y se fueron con la niña y su madre destino al hospital.

Pasaron más minutos, quizá unos 5 o 6 y entonces me acordé de mi hija. Ella estaba dentro de la instalación de la Universidad y no sabía nada. Le hablé. Le pregunté cómo iba todo y me dijo que estaban sentadas esperando y que no habían hecho nada aún. Le dije que estaba bien, que se tranquilizara y, desde luego por el tono de mi voz, lo último que alcanzó a decir fue: Si pá, pero ¿que onda?... no como pregunta para mí, sino para ella, como diciendo, ¿qué le pasa a mi padre?

Volví a ver a Oli y seguía tirada. Empezó a llover, la ambulancia no llegaba y nomás veía yo cada vez más patrullas de la policía de tránsito.

Uno de ellos me preguntó:

- ¿Usted es familiar de algún herido?
- Si. Ella es mi esposa, y señalé a Oli.
- No se preocupe. Ya detuvimos al culpable. Lo llevan ahora a la delegación.
- ¿Y qué debo hacer?
- Cuando termine de atender a su esposa, debe ir a la delegación a presentar su denuncia de hechos y levantar la querella contra el culpable.
- ¿A cuál delegación?
- A la que está aquí adelante, junto a los Bomberos.
- Gracias, acerté a decir y nada más.

Regresé con Oli y le pregunté cómo seguía. La vi un poco más tranquila, despierta, consciente. Y mi suegra ya había recogido las cosas de valor que vio dentro del coche. Pero la ambulancia no llegaba. Volví a hablar al 060 y le dije creo que a la misma señorita:

- Oiga, del accidente frente al Polideportivo, sólo llegó una ambulancia y mi esposa sigue sin atención.
- ¿No ha llegado la segunda ambulancia?
- No señorita, y perdone si soy rudo, pero si hubiera llegado, ¿le estaría hablando de nuevo?
- Ahora mismo le envío otra unidad. No se preocupe. Tranquilícese señor. Su esposa va a estar bien. Su nombre es Blas Torillo, ¿verdad?
- Si señorita. Yo le hablé antes.
- Gracias. No se apure. Van para allá.

En ese momento decidí que la ambulancia, cuando llegara, llevaría a Oli al hospital donde nació Oli Bere, aquel que les cuento en la entrada de abajo. La razón es que ahí es donde le dan servicio médico a los trabajadores del estado y Oli es derecho-habiente. Ahora sé que ella había tomado esa decisión casi desde el principio.

Por fin, a lo lejos, unos 10 o 12 minutos después del accidente, se vieron las luces de la ambulancia que venía, decididamente por Oli. Los coches de los mirones iban tan lento como su morbo les indicaba y cuando al final pudo pasar la ambulancia se detuvo muy cerca de Oli, tirada en la banqueta. Los paramédicos le pusieron un collarín y la subieron a una camilla rígida. Después de que la aseguraron debidamente, le pregunté si los papeles del seguro estaban en el coche. Me dijo si, la subieron y mi suegra se fue con ella.

¡Claro! Había que llamar al seguro. A buscar los datos en el coche. Por fin, en un mar de papeles desordenados por mí en ese momento, encontré el libro de ajustadores y llamé. Mi teléfono no enlazó y un hombre de unos 35 años, que apareció de no sé dónde me dijo, si quiere hablamos desde allí. Dije si y entramos a una tienda a unos 5 metros del lugar de donde estaba el coche. Nos prestaron el teléfono muy amablemente, llamé a la aseguradora, me contestaron y les di mis datos. Luego el hombre, me dijo, "vaya con su esposa; yo me encargo". Y él terminó la llamada (Gracias, como quiera que te llames).

De vuelta en la calle, con el coche completamente dañado del lado izquierdo, y a un lado de algún jefe de tránsito que preguntaba cosas, el hombre de la llamada se me acercó y me dijo:

- Dicen en el seguro que ya terminó su vigencia y no se renovó. Que nada pueden hacer.

El jefe, que resultó ser perito de tránsito me preguntó qué había visto, si yo era testigo y le conté lo que acabo de escribir. Él hizo sus anotaciones, y comenzó a preguntarle a otras personas.

Entonces llegaron mi cuñado Erwin y mi hermana Marina. Me preguntaron que en qué ayudaban. Le pedí a Mari que esperara a las muchachas, que no sabía cuánto tardarían pero que suponían que nosotros estaríamos esperándolas, y a mi cuñado le pedí que me acompañara a la delegación. En cuanto subieron el coche de Oli a la grúa-plataforma, nos pusimos en camino y entonces, a bordo de mi propio auto, sólo entonces empezó mi verdadera angustia y lloré.

Blas Torillo.