miércoles, 24 de diciembre de 2008
Navidades.
Tendría unos 5 o 6 años en la última navidad que recuerdo que pasamos en casa de mi abuela Marinita, madre de mi madre.
Ella vivía en Petlalcingo, un pueblito al sur de mi estado, donde había al menos cuatro cosas que recuerdo con claridad: la calle frente a la casa, el enorme atrio de la iglesia enfrente, los patios de atrás donde estaban las vacas de mi tío y la "fruta de horno", unas rosquitas dulces de pan y una galletitas en forma de flor que eran deliciosas.
En esa navidad, de la que seguramente estaré concentrado historias en una sola de las varias navidades que pasamos allá, nos reunimos todos los primos, los hijos de mis tíos Memo, Nacho y Lupita, así como mis hermanas y yo.
De mi tío Memo, que venían desde el norte del país, creo que entonces vivían en Monclova, Coahuila, llegaron mi tía Tulitas, y Memo, Fernando, Lupita, Grisi, Alicia, Glenda y no sé si ya habría nacido Tulitas jr.
De mi tío Nacho, Quena, Nacho, Laura y Beto, éste de mi edad menos tres meses y por supuesto mi tía Lupita Fuentes.
De ahí mismo, Petlalcingo, Petla de cariño, aunque después vivieron en Tabasco y ahora en Tlapacoyan, Veracruz, mis tíos Juan y Lupita Medrano, hermana de mi mamá, pero ellos no tenían hijos aún.
Medio entre nubes, recuerdo una gran mesa barnizada con un color rojizo "vino tinto", en donde cabíamos todos sentados. Era, como digo, grande en verdad. El comedor era algo así como el lugar de las reuniones familiares en pleno, porque sólo se abría en esas fechas. Había cosas ahí que no podíamos ni tocar y desde luego era rápido el regaño si subíamos los pies a las sillas o maltratábamos algún mueble.
Por esas fechas, Beto era como mi hermano. Jugábamos de todo y allá era puro correr y reír. No recuerdo haberme enojado alguna vez con él y desde luego, menos en esa navidad (o navidades, porque ya dije que quizá estoy revolviendo eventos).
Cenamos no sé qué, pero tengo claro que había agua fresca de algún sabor, quizá jamaica, y pastel. ¿Por qué pastel? No tengo idea, pero casi lo puedo saborear.
Después de cenar, ya para dormir, en una sala que estaba al otro lado del patio, casi como cuarto de entrada de la casa, acomodaron muchos petates y sus respectivas colchonetas encima para todos los primos y primas. Esa sala tenía el techo muy alto, sillas de palma bonitas y muy cuidadas, pero creo que eran muy viejas ya y además había en la pared principal una imagen de un Cristo enorme que me daba miedo.
¡Y empezó el relajo!. No sé muy bien ni qué ni quién ni cómo, pero sí recuerdo que nos divertimos como enanos, aventándonos las almohadas y haciendo bromas de las piyamas o del lugar donde vivíamos o de cualquier cosa.
Reímos mucho, jugamos mucho y nos desvelamos "mucho". A las doce y media de la noche, entró mi abuelita Marinita, una mujer dura pero dulce, firme pero tierna, a decirnos que iba a apagar la luz y que debíamos dormir ya.
No sé si le hicimos caso, o si sólo "los grandes" siguieron platicando, pero para mí, esa fue una de las mejores navidades de mi vida. Y miren que han pasado ya algunos añitos desde entonces.
Sagrado lugar, Petlalcingo. De él, en otra ocasión les contaré más cosas.
Mientras tanto: ¡Feliz Navidad (esta también deberá serlo)!
Blas Torillo.
PS. Puse la foto de Tecali, porque me recuerda la barda que rodea el atrio de la iglesia de Petla, aunque no es precisamente igual.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Rocío.
Ya son las seis. En mi casa seguro están a punto de comenzar a enojarse y a preocuparse al mismo tiempo. Así es mi padre. Pero ella es todo lo que existe en este momento.
Desde hace días he querido decirle que me gusta, que pienso en ella más que en las clases o en las tareas o en los amigos y que me encanta su cabello rubio. Pero nada pasa. Me gana el miedo al rechazo y las posibilidades reales de que ella esté encandilada por uno de mis amigos.
Sin embargo, hoy, este día tendré que hacer algo. Algo para lo que nadie me ha preparado y de lo que nunca he tomado clases. Hoy le diré que la amo.
No sé bien a bien qué es el amor, aunque creo que nadie lo sabe bien a bien, pero estoy seguro, casi, que la amo. Pienso en ella y me digo que su persona es la representación más viva del amor, tanto el de las novelas como el de las parejas que veo en la calle todos los días.
Quedamos de vernos a esta hora en una de las puertas de salida de la escuela y yo ando que me muero de los nervios. Tener 13 años es ser prácticamente un adulto en estos tiempos y las cosas deben suceder como lo he planeado: Ella llegará con su vestido limpio, blanco, el bonito que tiene y que le sienta tan bien. Con su sonrisa que deslumbra y con la mirada aquella, la que me tiene absorto el seso desde hace semanas.
Después de saludarme me dirá que para qué quiero verla y seguro se me quedará mirando como siempre me mira cuando quiere ponerme nervioso. Pero he tomado mis precauciones. Primero, no debo ponerme nervioso, o al menos no mucho aunque no sé cómo lograrlo. Seguro que mi padre me daría algún consejo, si hablara de estas cosas con él, pero no. No me ha aconsejado nada. Después tengo que hacer acopio de mi inteligencia, que a veces creo que es mucha y otras que no existe en absoluto, para responder más o menos coherentemente. Decir cosas que no la hagan irse, pero que tampoco la apresuren. Tercero y más difícil que cualquier otro paso, acercarme a ella, tomarla de la mano, decirle que la amo, besarla tiernamente, vernos a los ojos después de eso, sonreír y comenzar a andar por la calle, en la tarde de mi triunfo.
A partir de eso, comenzar el mejor noviazgo de la historia. Nada de Romeos y Julietas desmoronándose por amor y nada de Otelos y Macbeths, llenos de celos o de fantasmas. No. Un noviazgo de antología, uno de esos de los que la gente seguirá hablando cuando estemos muertos, uno de esos que se volverán película y de donde aprenderán todos los que nos sigan cómo hacer del amor, el amor verdadero.
Se ha retrasado un poco. Son las 6 y 10 y no la veo venir. Pero ya llegará. Mientras, debo hacer ejercicios mentales de cómo será la escena definitiva. En realidad nunca he besado a nadie como se debe, aunque no sé bien cómo se debe. Puros besitos de trompa y alguna que otra caricia en la mejilla. Algo de rubor y sonrisas traviesas, pero sin amor. Puros juegos pues. Las cosas seguro serán distintas hoy, en cuanto ella llegue. Besarla es como graduarse y he preparado mucho este momento como para echarlo a perder.
Desde hace semanas, desde que me di cuenta de que en realidad es hermosa, desde que descubrí la existencia de sus ojos, sus labios y su cuerpo, no he hecho más que imaginar este día. Han pasado tantas cosas desde entonces. La ayuda, por ejemplo, que me dio Toño para presentarnos, aunque estamos en el mismo grupo. ¿Me creerás que nunca había hablado con ella? Pero así es el miedo y la inexperiencia. Porque a pesar de todo me doy perfecta cuenta de que lo único que me falta es eso. Experiencia. También está el hecho de que a ninguno de los dos nos gustan las matemáticas, aunque a ella eso no parece afectarle mucho en sus calificaciones. Y la ayuda invaluable de Perla, su amiga, que nos puso en este trance y que me animó con sus palabras de ayer: -Dile... ella está esperando que te avientes y le propongas que sea tu novia. Te va a decir que sí. ¡Ándale!
Seis y cuarto y ni su luz. Los pensamientos negativos están empezando a aflorar. A ocupar el lugar del que los desplacé esta mañana. ¿En verdad será que quiere ser mi novia? ¿Se habrá arrepentido de venir? Quedamos muy formalmente hoy después de la clase de las 10, y me dijo mil veces que aquí nos veríamos. ¿No le habrán dado permiso de salir? ¿Se habrá enterado su mamá y le habrá prohibido venir a verme? ¡O su papá! ¿Se accidentó... se cayó del camión... se olvidó simplemente y mañana me dará la mejor de las excusas...?
¡Por fin! Acaba de dar vuelta a la esquina y viene para acá. Los nervios me consumen. La lengua está como atorada. Mi mente da de vueltas sin parar y me sudan las manos como nunca. Se acerca. No tiene el vestido blanco sino unos sencillos pantalones de mezclilla y una blusa amarilla que hace juego con su pelo. Cada segundo está más cerca y cada segundo el valor que ya tenía se escurre a no sé dónde. El sol poniente le da en la espalda y eso la hace verse aún más hermosa, como en cámara lenta, con el pelo suelto y las manos acariciando el viento. Estoy a punto de comenzar la mejor parte de mi vida y tengo miedo. Mucho miedo. Desde lejos me ve y se sonríe. Apresura el paso y poco a poco, casi corre hacia mí. Yo doy dos tímidos pasos en su ruta y cuando estamos a la distancia perfecta para escuchar nuestras voces, ella me suelta un -Perdóname por la tardanza. Me salí de la misa. Mi mamá me llevó y ahora está a la mitad. Es en la iglesia de aquí a la vuelta. ¿Vamos? ¿Me acompañas? Dime rápido porque ella ya debe estar volteando a buscarme porque le dije que iba al baño. ¿Vamos?
¿Y todo lo que había querido decirle? ¿Qué pasó con el beso planeado y con su mano en la mía? ¿Qué con el paseo bajo la sombra de árboles a media tarde; qué con el futuro?
- ¿A misa? ¡Vamos pues! Pero córrele porque nos regañan...
¿Y mis padres? Seis y veinte. Se van a enojar, sin duda. Pero aunque sea por hoy, tomados de la mano, vamos juntos por la calle. Ya mañana veremos qué más pasa. Al fin que no todos los días alguien con quien quiero compartir mi vida, o al menos esta parte, me invita a misa.
Blas Torillo.
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