miércoles, 8 de agosto de 2007

Olivia Berenice.


La foto de Oli y Oli 2
es mía


Había sido una semana de locos. Entre el trabajo y algunas pequeñas complicaciones del embarazo de Oli, las cosas se veían difíciles al final de esta etapa de mi vida. En la empresa las cosas no marchaban bien (¿quién dice que en la vida las cosas no se repiten?), y ya habíamos decidido que cuando llegara el momento del parto, iríamos al servicio médico que le dan a Oli en su trabajo.

Para eso faltaban aún casi dos meses. Mientras, nos invitaron a la fiesta de uno de mis sobrinos en la Ciudad de México y para allá partimos. Cuando llegamos, Oli estaba muy hinchada. Los pies no le cabían en los zapatos y se sentía un poco mal. Pero disfrutamos de la fiesta. Incluso hubo una función de teatro con actores vistiendo enormes botargas, que contaron un cuento padre y nos hicieron reír mucho.

Finalmente llegó la hora de regresar y volvimos a nuestra casa en Puebla ya muy noche. Dos días después, Oli se sintió peor y decidimos ir temprano en la mañana, al consultorio del ginecólogo que la estaba tratando.

Alfonso Salmón, el doctor, después de revisarla le ordenó que regresáramos a casa y que guardara reposo absoluto. Absoluto, insistió.

Así lo hicimos y me quedé a cuidarla con más preocupación cada vez. Oli se hinchaba cada día más y el miércoles, llamamos a Alfonso para que viniera a verla. Mientras llegaba, ella se acomodó algunas almohadas para sentarse en la cama y poder hacer algo que no recuerdo que fue.

Cuando Alfonso llegó, nos regañó por esto último: Reposo absoluto les dije. Ni siquiera se puede sentar. Tiene pre-eclampsia, cosa que no entendimos y menos cuando nos dijo, bueno, toxemia.

Las palabrejas me sonaron a cosa grave, cualquiera de las dos, aunque fueran lo mismo.

Además de darle su medicina en las horas indicadas, me pidió que le tomara la temperatura y que midiera su presión arterial cada hora, a menos que se sintiera mareada o demasiado débil o que vomitara o cualquier cosa aún más extraordinaria, porque entonces deberíamos hacer todo eso y llamarle de inmediato.

Pues si. Nos asustamos. Pasaron los días y la cosa medio se estabilizó, si no contamos que a ella le dolía mucho la cabeza, se hinchaba a veces más de lo que ya estaba y a veces la bajaba o le subía la presión hasta poquito antes de las marcas que indicarían una urgencia.

Oli y yo nos habíamos casado cuatro años antes y aunque habíamos buscado tener un hijo desde que teníamos más o menos un año juntos, no se había podido. Cuando siete meses antes de esa semana crítica en el hospital nos habían confirmado que estábamos embarazados (digo… el día que nos casamos nos dijeron que ya éramos uno, así que los dos lo estábamos), nos emocionamos mucho. Qué digo mucho… ¡Muchísimo! ¡Íbamos a ser papás! y la vida entonces nos pareció más linda que nunca antes.

El embarazo fue normal, hasta esa semana, fuera de algunos dolorcillos de vez en vez y de las molestias de la creciente panza con nuestro hijo dentro.

El lunes teníamos cita en el hospital y cuando salimos, muy temprano, para allá, la cosa se puso peor. Cualquier movimiento provocaba que Oli se mareara o que se sintiera peor aún y estaba hinchadísima.

Llegamos y cuando pasamos a la consulta, le contamos al doctor que la atendía allí todo lo que había pasado en la semana que terminó y cómo fue que vivimos esos días. El doctor ya no la dejó salir. La mandó a urgencias.

Hice el trámite de la hospitalización, pensando aún que quizá ella podría estar unos días allí, aunque todo indicaba que nuestro bebé nacería antes de los nueve meses. Después fui por ropa a la casa, además de las cosas que se me ocurrieron para poder atenderla, arreglé algún asunto del trabajo, le hablé a mis suegros a Cuetzalan para informales y a mis papás a su casa por lo mismo. Al empezar la tarde me fui al hospital y me informaron que ya no estaba en urgencias, sino que la habían llevado a tococirugía, nueva palabreja que, me explicaron, quería decir que ella estaba rodeada de mamás a punto de tener a sus hijitos, entre puro especialista y atendida permanentemente y que no había de qué preocuparse.

Fui a comer una torta (un emparedado, para explicarme a los amigos de otros países), del puesto frente al hospital, compré algo para comer en la noche y me regresé a la que fue mi posta hasta el día siguiente: el descanso de la escalera frente a tococirugía. Más tarde llegaron mis suegros que se quedaron en algún piso de abajo.

Como a las diez de la noche, salió un enfermero de la sala y le pregunté por Oli.

- ¿La señora con pre-eclampsia?
- Supongo que sí, si es la única con eso.
- Está delicada, pero no se apure. La estamos checando cada 15 minutos.

¡Cada quince minutos! ¿Delicada? A mí me pareció realmente grave. ¿A quién que no esté en peligro lo checan cada 15 minutos?

Pasé una de las peores noches de mi vida.

Entre la angustia de no saber, porque nadie me explicaba nada desde el enfermero aquel; la esperanza de un bebé por llegar; los pensamientos más oscuros que se puedan imaginar respecto de la vida y la muerte, de la soledad o la responsabilidad; una tristeza que a veces se licuaba en mis ojos como si fuera el mar; recuerdos de siete años y medio desde que la conocí, hasta que ya no me dejaron verla ese día; solo, en medio de un hospital frío, con no más ruidos que los gritos de algunas enfermas ahí y en otras salas, pensando en que en cualquier momento me irían a sacar del área, muriéndome de frío, porque por descuido había tomado sólo un mínimo suéter, sentado en el piso, en la escalera, caminando, buscando un baño porque en las escaleras no los hay; yendo de un lado a otro; soñando en un futuro que ahora se veía difícil, pensando en las decisiones que dicen en las novelas que se deben tomar, comiendo una torta fría y un refresco, cayéndome de sueño en la madrugada, pero no dejándome dormir yo mismo.

Viendo el amanecer y cómo es lento el sol desde que se anuncia con un mínimo violeta sobre el negro de la noche, hasta que se desprende del horizonte y vuela, pensando en Oli nomás, llegó la mañana y no había noticia alguna.

Encontré temprano a mis suegros y les dije lo mismo que les acababa de decir a mis papás por teléfono y que era lo mismo que me habían dicho nueve horas antes: está delicada, pero está en constante observación.

Mi suegra me dijo que me fuera a bañar y a dormir un rato. Que ellos estarían al pendiente de la situación y les hice caso.

Llegué a la casa como a las ocho. Me bañé, tomé algo de desayuno y me dormí. Mal, pero dormí.

A las diez y media salí hacia el hospital de nuevo. Busqué a mis suegros y me dijeron que alguien les informó que habían decidido hacerle una cesárea, que habían visto entrar al doctor Cuecuecha, que había atendido a Oli en las primeras etapas del embarazo, pero que no sabían más.

A esperar de nuevo.

Así, a las once y cuarenta y cinco de la mañana del 10 de diciembre de 1991, salió de tococirugía el doctor Cuecuecha, algo les dijo a mis suegros y luego me apartó a un lado para decirme:

- Estuvieron muy delicados los dos. Por poco se nos van.
- Pero ¿están bien ahora doctor?
- Si. Ya pasó el peligro, pero por poco se nos van.
- Oiga doctor ¿y el bebé es niño o niña?

Con los ojos muy abiertos, me dijo:

- ¡Caramba! ¡No sé! Habrá que preguntarle al pediatra, porque por estar atendiendo a su esposa, no me fijé. Pero están bien ahora. Descanse.

Luego supimos que la hora oficial del nacimiento fue a las once y media de la mañana y que el bebé había pesado muy poquito, menos de dos kilos, que nació a los siete meses y medio y que debería llamarse como su mamá y yo acordamos unos tres años antes:

- Si es niña, se llamará Olivia Berenice.

Blas Torillo.

4 comentarios:

Jonice dijo...

And now the two of them look so happy! Thank God :)
You know, Blas, it's always so cosy to read your memories! This time I leave with tears rolling down my cheeks...

Marina Lassen dijo...

Que bien transmitida la impotencia del hombre en esos momentos... Nosotros vivimos situaciones parecidas, es un hecho que es cuando más nos dimos cuenta de lo poco que podemos dominar las cosas. Solo nos queda entregarnos, no?
Un beso
M

Blas Torillo Photography dijo...

They ARE happy. Eventough the recent events, they're happy. Tears for my memories?... I also cry as I write them. It's life, isn't it?

Margarita. Gracias. Si impotencia. Eso. Eso se siente.

Besos.

Anónimo dijo...

HOLA BLAS!!!!!

Espero k stes bn... y sabes m gustó mucho como narraste el nacimiento de una de MIS MEJORES AMIGAS,Ol!.
Y k si eso no hubiera ocurrido o hubiese pasado algo más como decía el doctor..ella no estaría aki y no concería a esa personita tan especial en mi vida,k ilumina el día cn solo ver su sonrisa.

Bueno ps te dejo y espero k sigas escribiendo cosas asi de lindas.

bye.
P.D:gracias x todo.

atte: Er!cK@