Página para buscar gente en los albergues de Tabasco y Veracruz, por nombre y municipio.
Tenía, creo, 7 u 8 años. No sé qué día de la semana era, pero me dormí temprano. En casa de mis papás, las cosas eran más o menos así. Había que prepararse para la escuela al día siguiente y supongo que todo estaba lista para ello, con la ayuda de mi madre o de mis hermanas.
La casa era todavía de un solo piso, y la recámara donde dormían mis padres daba a la calle.
Así, como a la una de la mañana, que entonces para mí era de plano muy noche, tocaron con desesperación en aquella ventana. Era mis primos, que entonces tendrían entre 9 y 14 años de edad, más o menos. Después mi tía también tocó la ventana.
Yo seguía dormido, así que todo esto lo supe (o lo supuse) después.
Resulta que desde hacía unos minutos se escuchaba un fuerte ruido y un fuerte olor a gas LP (licuado de petróleo). A unas doce o quince cuadras de la casa estaba una instalación de PEMEX, la empresa petrolera mexicana y todo indicaba que el gas que se escuchaba escapar provenía de ese lugar. Es difícil imaginar ahora que un escape de gas pueda escucharse a esa distancia, pero desde luego se escuchaba, así que la magnitud del escape debía ser enorme.
Había allí dos de esas grandes esferas para almacenar combustibles y otros depósitos supongo que también de combustibles. El riesgo era grande en caso de que realmente fuese gas LP y además estaban todas las casas en la zona, también con tanques de gas, las instalaciones eléctricas y todo aquello que alimenta una tragedia.
Me despertaron. Mis hermanas estaban realmente asustadas. Mi papá había ido a trabajar al ferrocarril (cuya estación y patios estaban equidistantes de la instalación de PEMEX, pero hacia el otro lado de la casa) y la que estaba a cargo era mi madre. Queríamos salir, pero no sabíamos siquiera a dónde. Sólo teníamos la idea de alejarnos.
En eso llegó mi tío. Estaba borracho. Qué digo borracho. ¡Borrachísimo!, e insistía en que no pasaba nada, que la cosa no era grave, que él nos cuidaría, que para eso era hermano de mi padre.
Me abrazó y aunque todavía no salíamos de la casa, nos urgía hacerlo, y él no me dejaba ni respirar. Su aliento era desastroso, pero lo que realmente me tenía enojado y temeroso, era que el ruido seguía escuchándose y él no dejaba de abrazarme.
- ¡No mi Blasito! No te va a pasar nada. Deja que las viejas se vayan. Yo te cuidaré, no te apures...
Como no sé cómo poner esto con voz ni olor de borracho, no puedo expresarles el miedo y la rabia que me fueron invadiendo.
- ¡Deja a tu mamá! Que ella se vaya si quiere. Yo te cuido...
¡Vaya que estaba asustándome, cada vez más!
De pronto escuchamos pasar una patrulla de la policía, que con el radio o un megáfono y la sirena a ratos, fue despertando a los que aún dormían en el vecindario y pidiéndonos que saliéramos rumbo al zócalo de la ciudad, unas 15 calles más al sur, en dirección contraria al ruido (y a la instalación de PEMEX), confirmando nuestros temores: La cosa era grave, seria y debíamos huir.
Mi tío sin embargo insistió.
Por fin, medio recuerdo eso, no sé si mi madre o mi padre que habría llegado en ese lapso, le gritó:
- Mire (o mira) Rubén. Si usted se quiere (o si te quieres) quedar aquí y morirse (morirte), es su (tu) problema. Yo me llevo a mis hijos.
Y me arrebató de sus brazos.
Susto por un lado y coraje por el otro, tardé muchos años en perderle el rencor a mi tío, que tiene pocos años que murió.
Total, que cuando estábamos saliendo, mi hermana Josefina se acordó (o al menos en ese momento me di cuenta), de su gato. Y se puso a buscarlo. No recuerdo si lo encontró o no, pero al final salimos de la casa. No éramos sólo nosotros. Todos los vecinos, mis primos y tía incluidos, llevábamos algunas cosas cargando, esencialmente ropa de abrigo y algunos documentos, pero nada más.
El ruido seguía escuchándose. El olor a gas continuaba. El tío Rubén se quedó en su casa, angustiando de más a mis primos y a mi tía. No había servicio de transporte público y comenzamos a caminar hasta que alguien nos dio un aventón y como a las dos de la mañana llegamos al centro. Ya no se escuchaba el escape, pero si podíamos aún oler el gas.
Estuvimos ahí hasta las tres o cuatro de la mañana, creo, muriéndonos de sueño y frío, hasta que pasó la policía diciendo que podíamos regresar a nuestras casas.
Después supimos que el gas se transportaba en un tubo que estaba dentro de otro tubo con agua. Que por alguna razón el gas se había calentado de más y había hecho que el agua del tubo de control hirviera y ese era el gas que se escuchaba escapando. Peligroso de todos modos.
También supimos que si hubiera habido una explosión, mi casa y las de los vecinos no habrían quedado incólumes, adelantándose a la tragedia de San Juanico.
Nunca me lo creí del todo, pero estuve emocionado unos días porque había podido leer la noticia (medio lento pues), en el periódico de esa tarde, La voz de Puebla (mismo que por cierto, acaba de cerrar sus puertas después de tantos años).
¿Consecuencias? Pues la desvelada. Creo que no fui a la escuela ese día y, estoy casi seguro que desde esa noche decidí inconscientemente, que no me gusta el alcohol, así que soy abstemio total. Algo bueno salió pues, de esta la primera emergencia que viví.
Blas Torillo.
domingo, 4 de noviembre de 2007
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