martes, 12 de mayo de 2009
Mis hermanas.
Casi siempre que comienzo un curso y digo mi nombre, explico que no es mi culpa sino de mi abuelo: Le puso Blas a mi papá y éste no tuvo otro hijo varón con quien desquitarse. Aparte del mal chiste, esto tiene que ver con mis hermanas.
Tengo tres y tuve cuatro, pero Amparo ya está con Dios dice mi mamá, así que ahora río y sigo aprendiendo de Josita, Lolis y Mari. Todas mayores que yo (nomás para que conste pues... je).
Y son muchos recuerdos con cada una de ellas o con un par o con las tres que me hacen uno que otro día y sacan de mí una lagrimilla perdida o de plano todo una batería de sonrisas.
Desde luego que también hay malos, de esos cuando nos enojamos o discutimos, pero esos... ¿para qué ponerlos aquí? Mejor algunas mini anécdotas con cada una.
No saben cómo me gustaba que Josita me llevara, saliendo yo de la primaria y ella de la secun o la prepa (no sé), a comer jarochitas, especie de memelitas con salsa de chipotle o salsa verde, acompañadas con su respectiva "Chaparrita de uva", unos refrescos chiquitos y debo entender que muy baratos, en una pequeñísima fonda que estaba frente a la escuela. Era toda una aventura, porque no teníamos mucho dinero y además había que llegar temprano a la casa a comer. Y pues no sé qué nos diría mi madre, pero las dos o tres veces que recuerdo que fuimos, íbamos contentos y sin muchas preocupaciones, al menos yo, presumiendo de ya comer picante (aunque no creo que mucho en realidad). Y luego, si daba tiempo o quizá en lugar de las memelitas, íbamos a tomarnos un tepache, bebida fermentada de piña que, con mucho hielo, nos sabía deliciosa y un "borrachito", un pan remojado en algún vino barato que me gustaba mucho. Por supuesto sin muchas preocupaciones por influenzas o bichitos en el agua, en las memelas o en el pan. Todo esto, seguro fue antes de decidiera que no me gusta el alcohol. En realidad no importaba si nos regañarían o no. Eran tardes en que me sentía muy cercano a mi hermana y aunque no tengo idea de qué platicábamos, seguro eran momentos padres.
En un día de tantos, en que Lolis me llevaba a la primaria, supongo que para entrar antes de las ocho, faltando todavía unas cuatro calles para llegar a la parada del camión, desde donde debíamos correr otras tantas para llegar a la puerta de la escuela, yo sabía que era realmente tarde y estaba ya muy desesperado porque no avanzábamos con la velocidad que me parecía necesaria. Lolis, en un alarde matemático, pero sobre todo psicológico, me tranquilizó de un plumazo cuando me dijo: no te preocupes manito. Para que veas que todavía tenemos tiempo, cuenta hasta trescientos... verás que llegamos antes de que termines.
Cuando uno tiene ocho años, contar hasta trescientos, por supuesto, puede llevarnos la eternidad, así que ni siquiera comencé. Me sentí inmediatamente tranquilo... hasta que bajamos del camión y me dijo: ahora sí mano, ¡a correr lo más rápido que puedas!... ja. Cómo me volvió a la realidad también de un plumazo...
Ya de adultos, el día que murió mi padre, en 1996, al salir a tomar un poco de aire en un pasillo del hospital, sabiendo ya que mi papá había fallecido, Mari se acercó a mí y me dio un abrazo enorme, no por el tiempo, sino por lo que me hizo sentir de lo que es el amor fraterno: Te pido perdón Bacho, por todo el mal que te haya hecho en cualquier momento y forma. Te quiero mucho mano.
Y lloramos juntos abrazados, deseando yo que el cariño que nos mostramos entonces no acabara nunca.
Tengo otros recuerdos en que realmente sólo puedo suponer mi edad; por ejemplo, un día en que mi papá llevó a la casa una bolsita con varios juegos de salón, nada de hasbros o matteles, sino juegos de pobres para pobres (una lotería, una tablero de serpientes y escaleras y otro de La Oca, con unos dados mal hechos y fichitas de plástico imperfectas), las "malvadas" de mis hermanas no me dejaron jugar nada nadita, porque eran "juegos para grandes" que yo no entendería ni sabría jugar y simplemente les agüaría el día. Lloré mucho, como supongo que lloran los niños de 5 o 6 años cuando eso les pasa.
Pero de lo más importante en estos últimos años, quizá sólo unos cuantos antes de que a mi papá se le ocurriera morirse, han sido las reuniones de año nuevo. Las navidades las pasamos, desde que me casé con Oli, en Cuetzalan, por el asunto del regreso a clases y esas cosas comenzando el año, así que las festejos de año nuevo son aquí en Puebla, con mi madre, mis hermanas y sus cada vez más numerosas familias.
Esas noches, como es costumbre de familia, justo cuando cambia el año y todos los demás están comiendo uvas y brindando con gorritos, nosotros rezamos. Así, en familia, juntos y cuando terminamos, vamos a cenar, si no lo hemos hecho antes del momento de oración. Después, cuando ya la mesa está vacía de nosotros, aunque con muchos platillos aún para elegir, nos sentamos y nos decimos algo padre, expresando nuestros deseos y ganas de que nos salgan mejor las cosas que en el año que termina y casi siempre, alguno de nosotros, de mis hermanas y yo, lloramos, aunque los sobrinos y sobrinas, nos hagan burla y así comiencen las bromas y juegos entre todos. Digamos que la segunda mitad de mi vida hasta ahora, los años nuevos han ido mejorando, porque cada vez nos queremos más como hermanos y cada vez nos respetamos más... aunque desde luego, no dejamos de "viborear" cualquier cosa unos de otros, pero siempre con una sonrisa en la boca y el corazón en las manos.
Amo a mis hermanas. A veces no las comprendo o no comparto sus decisiones, pero eso ya no me toca a mí juzgarlo ni criticarlo. Lo que nos une, es más, mucho más importante que nuestras diferencias. Y sé que cuando las necesite, porque así ha sido hasta ahora, seguirán ahí, para escucharme, para aconsejarme (aunque luego no les hago caso), para apoyarme y ayudarme. Y yo también estoy y estaré.
Para eso somos hermanos, ¿que no?
Blas Torillo.
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