domingo, 30 de octubre de 2011

Me gusta cantar...

El cielo es el límite La foto es mía

Cuando era un niño de unos 8 o 9 años, mi padre me dejó usar el "tocadiscos" de la casa, para poner un disco ya ni sé de quién, pero me gustó la idea y aunque yo no tenía discos "míos", ponía algunos con la música que quizá no le gustaba a mi papá, pero que intentaba darnos una buena educación musical: Revueltas, Chopin, Beethoven... entre otros de Luis Alcaraz o de Agustín Lara.

Mis hermanas en ese entonces gustaban de las canciones Rocío Dúrcal o de Pili y Mili (cuando las 3 eran unas muchachitas), o de algunos cantantes mexicanos que no recuerdo bien.

Y mientras tanto, mi madre me enseñaba las primeras notas en la marimba que mi papá le había comprado. Do, Re, Mi (la canción de la película "The sound of music", que aquí se conoció como "La novicia rebelde", que en realidad era un muy mal título en español, cuando "El sonido de la música" pudo ser genial), fue una de las primeras cosas que pude tocar.

En fin que la música ha estado presente siempre, desde que recuerdo, en los buenos momentos y en los malos.

Cuando adolescente, me enamoré en primero de secundaria de Ruth y le compré (no sé con qué dinero), un disco de 45 rpm, de Alberto Cortéz: Te llegará una rosa. A mí, entonces me parecía una canción superior (aunque ahora pienso que no es de sus mejores), y además tuve el propósito de si, regalarle una flor cada día... no una rosa, porque no había de donde sacarlas o con qué comprarlas, pero si cualquier flor, siempre que me dijera que si, que quería ser mi novia.

Nunca me atreví a dárselo, además de que cometí una tontería (que otro día les cuento), por la que dejé de caerle bien, a pesar de los buenos oficios de mi amigo, del que no recuerdo el nombre, pero que hacía de intermediario entre mis deseos y los decires de Ruth.

Me quedé el disco y lo puse una vez en el tocadiscos (ya no era el mismo que en el que aprendí). Mi mamá lo escuchó y creo que le pidió a mi papá que comprara el LP o, quizá, lo compraron mis hermanas. No importa. Cuando estuvo en mi casa, lo puse tantas veces que se rayó pronto... pero me gustó cantar sus canciones.

A mi mamá le emocionaba que cantara tanto. De hecho me podía pasar tardes enteras cantando en la sala, con el volumen bajito del "aparato" y de mi voz, mientras ella veía sus novelas en el "cuarto de coser" y le bajaba a la tele para escucharme.

Por motivos que desconozco, siempre he sido afinado, aunque no tengo una voz potente, entonces, canto, pero quedito.

Pasaron los días, los meses y los años y seguí cantando, cuando estaba en "ambientes controlados", es decir, frente a mi mamá, que me corregía de vez en vez la afinación o la respiración y me decía que no imitara a los cantantes de los discos, sino que "sacara mi propia voz e hiciera mi propio estilo"... pero yo no quería ser un buen cantante. Sólo quería cantar como fuera y disfrutarlo o, medio masoquista, sufrir con las canciones de amores no correspondidos. Y cuando no se podía cantar porque no había letra, me ponía a silbar. O lo que es lo mismo, la idea era que yo pudiera "decir" también lo que estaba escuchando.

En la Uni, cuando estaba solo en el cuartito en el que viví, cantaba y cantaba, mientras escribía las tareas que no requerían mucha concentración o cuando salía rumbo a cualquier parte. Ahora pienso que entonces no me hizo falta ni Walkman (recién salidos entonces al mercado y muy tan caros que ni pensaba en tener uno), ni iPod con 6 mil canciones como ahora, para cantar y cantar, a veces en silencio, en el Metro o en el autobús, haciéndome consciente de la música y letras que sólo estaban en mi cabeza y que no salían de mi boca, pero que sin duda me hacían cantar "para adentro".

Luego, conocí a Oli y cada que íbamos a Cuetzalan en el coche, poníamos casets y nos poníamos a cantar. Aunque cuando ya estaba encarrerado (con el canto, no con el coche), ella se quedaba callada para escucharme, creo que con gusto. Y hasta me iba más despacio para poder cantar más canciones. Cantarle más canciones.

Con todos los consejos que me dio mi madre, aprendí a controlar bastante bien la respiración y en el coche acompañaba a José José, sin mucho demérito de sus largas notas. Me gustaba mucho lograr sus tiempos, sin desafinar.

Cuando nació mi hija, además de los muchos momentos en familia, donde aprendimos a reír juntos y a ser muy muy felices, a pesar de los problemas, me la pasaba cantándole. Desde un juego simplón que hacíamos cuando ella era bebé, "La panza de tambor", hasta horas y horas cantando "Lullaby" de Billi Joel, para que se durmiera, muchos de los recuerdos que tengo de esos días y años, son a través de canciones (de esas que a veces me hacen llorar, también).

Después creció y cuando la llevaba a la primaria, a veces en transporte público, a veces en bici y a veces en coche, muchas veces, cuando no llevábamos prisa por llegar a tiempo, cantaba con ella. Quizá no se acuerde, porque eran canciones que íbamos inventando en el camino o que escuchábamos en la radio, pero era para mí muy emocionante, porque además me hice el propósito de recordar esos momentos, para cuando ella creciera y nos quedáramos Oli y yo, solos en la casa. Y a pesar de que no estuviera, pudiera pensar en ella a través de la música.

No sé qué tanto se debe a todos esos momentos, pero sé que a ella le encanta cantar y escuchar música gran parte del tiempo y que le enseña a sus bebés, mis nietas, a cantar también.

Mucho de mi trabajo lo paso frente a la compu, y la música aquí, como ahora, ha estado siempre presente. Excepto cuando un trabajo requiere mucha concentración, dejo de escuchar "mi" música, que incluye de todo. De hecho, afirmo muy seguido que me gusta todo tipo de música, que no es lo mismo que me guste toda la música.

Baladas, Pop, Jazz, Clásica, Viejitas, Ranchera, en inglés o en español, instrumental o electrónica, lenta o rápida, de películas, de navidad, tristes, alegres, trova...

Total... que me gusta cantar!

Blas Torillo

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