La foto de Nosotros
Nos la tomó un amigo, pero es mía.
En cada uno de mis blogs hay un comentario
distinto sobre el accidente, al final de la entrada Ayer sábado 11 de agosto a las 13:30 horas, un estúpido irresponsable atropelló con su auto a Oli, mi esposa. Ella está toda golpeada y con muchos raspones, le duelen muchas partes del cuerpo, pero en lo que cabe, está bien, aunque deberán hacerle más estudios todavía.
A mí, este joven criminal de 23 años, me produjo algunos golpes y raspones menores, pero la peor librada fue una joven de unos 14 años, aproximadamente la edad de mi hija, a quien proyectó a unos 15 metros de distancia y que en un principio pensamos que iba a morir. No fue así, pero sigue grave.
El sujeto iba
“conduciendo” su auto compacto a 120 kilómetros por hora, en una avenida urbana, en tercer grado de alcoholismo (de tres grados en total), y cuando salimos del ministerio público, a las 20:30, todavía seguía bajo los efectos de su tremenda borrachera.
Su madre me pidió perdón muchas veces durante toda la tarde y hubo alguien que me dijo que el sujeto era un hijo de la chingada. No. El irresponsable en el accidente, al conducir en ese estado, es sin embargo responsable completo y absoluto de la concreción del accidente. No. Su madre no tuvo nada que ver.
Si al final de cuentas el sujeto sale libre, bajo fianza o como inocente, comprobaré una vez más que las leyes no se cumplen más que para unos cuantos. Si al final queda en la cárcel el tiempo que determine un juez, tampoco quedaré conforme.
Ayer en la noche, entre que no podía dormir y las necesidades que fue teniendo Oli, pensé mucho en si debería escribir esto o no.
Lo hago, porque de nada sirve que yo siga diciendo para mí que el alcohol mata (no sólo a quien lo bebe, sino a quienes pueden cruzarse en su camino), sino para decirlo a todos.
Ayer, nuevamente, como les cuento en la penúltima entrada de
este mismo blog, tuve que pensar en todas las cosas que se piensan cuando la muerte nos hace saber que está ahí, esperando nomás.
Ayer, decidí que no pararé de decir a los cuatro vientos dos cosas: Amo a mis Olis y El alcohol mata.
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Estábamos esperando que Oli Berenice terminara su trámite de inscripción a la preparatoria. En verdad que el orgullo y la alegría que nos produjo que terminara la secundaria como lo hizo, me habían sido un bálsamo en el mar de problemas que tenemos. Siempre quise, desde que mi secundaria y preparatoria me parecieron la puerta de mis primeros fracasos, que mis hijos, cuando los tuviera, fuesen más inteligentes que yo y supieran hacer un poco más que decorosamente estos niveles de la educación formal.
Oli Bere lo hizo brillantemente. Y ahora que estábamos por terminar su trámite para la prepa, fuimos mi suegra, Oli mi esposa y yo, a acompañarla a ella y a sus amigas Zaira y Ericka, que por fortuna también entraron a la misma escuela, a las instalaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde se dispusieron los procedimientos para hacerlo.
Entraron las chicas y nosotros quedamos afuera, esperando. Llevamos los dos coches porque de ahí, yo regresaba con las muchachas a la casa y Oli y su mamá irían de compras. Sin embargo, en la espera estuvimos cerca del coche de Oli, estacionado a la orilla de la calle, con el lado del conductor dando hacia el arroyo vehicular. Doña Alicia estaba en el asiento del copiloto y nosotros en la banqueta. Después de un tiempo, le dije a Oli que mejor entráramos al auto, porque amenazaba lluvia y dijo que sí, pero que primero iría a comprar una tarjeta para agregarle credito a su teléfono celular (el móvil).
Compré unas papas fritas (
chips) y me subí al asiento del piloto, esperando el regreso de Oli. Le ofrecí un bocado a mi suegra quien dijo que no y en eso estábamos cuando vi a Oli parada a un lado de mi puerta, a punto de abrirla. Me adelanté un poco para salir y que ella se quedara en su asiento y yo me pasara al de atrás, cuando oímos el breve, brevísimo chillido de las llantas al frenar, un golpe, vi un cuerpo volando encima de Oli, la cara de ella llenándose de espanto y luego el golpe en pleno arrancando la puerta de nuestro auto, con Oli enmedio.
El momento se me hace eterno. El culpable hace un giro violento para regresar al carril pasando a centímetros de ella; Oli cayéndose a un lado de la llanta de nuestro auto, golpeándose la cabeza en el piso, llena ya de golpes por el atropellamiento, yo jalando de su pantalón para que no caiga y queriendo salir del coche, dándome cuenta medio entre nubes que ya no hay puerta que lo impida; bajándome de inmediato, en medio un montón de papas volando, para ver qué tenía, si estaba consciente, alerta o si, por el contrario, había perdido el sentido.
Mi suegra gritó de desesperación y se bajó del coche por la otra puerta y, ahora lo sé, recordó vivamente la muerte de uno de sus hijos, Luis, mi cuñado, en el año 2000, también en un accidente de auto.
Oli me miró a los ojos, llenitos de miedo y de dolor, de espanto y necesidad. La dije que no se moviera y comencé a buscar en mi teléfono a quién hablarle. No pensé de inmediato en el número de emergencias y no sabía a quién llamar. No acertaba a pulsar los botones con la mínima cordura, hasta que salió un número:
Mi cuñado Erwin, esposo de mi hermana Marina. Le llamé y le dije: atropellaron a Oli... a Oli grande; estoy frente al Polideportivo de la BUAP con dirección a Valsequillo y colgué.
Depués de ver que Oli estaba consciente, corrí al lado del primer cuerpo golpeado, el que vi volar. Era una señorita de unos 14 años, con la mirada totalmente perdida, en sus ojitos abiertos, idos, mirando el vacío. Pensé que habría muerto. Alguien lo gritó. Le pasé la mano frente a los ojos y entonces reaccionó. No la toqué. Sólo pasé la mano como cuando un amigo quiere saber si vemos teniendo una venda en los ojos y nos pasa la mano enfrente.
Reaccionó y grité ¡está viva!, ¿ya llamaron a los servicios de emergencia?, a quien quisiera contestarme. De pronto al voltear para regresar con Oli, vi a la mamá de esta niña que al darse cuenta de que era su hija la que está tirada a media calle, reaccionó voltéandose violentamente, gritando de dolor y espanto, negándose a ver. La jalé, quizá bruscamente, y le dije: Su hija está viva y la necesita tranquila. Usted va a tomar decisiones importantes. Tranquilícese. Y corrí donde Oli.
La ambulancia no llegaba, así que por primera vez, quizá tres minutos después del golpe, hablé al 060, para pedir ayuda: "Esta llamada será grabada. Hemos identificado su teléfono" o algo así, y luego una señorita:
- Emergencias. Dígame en qué puedo ayudarle.
- Atropellaron a mi esposa. Estamos aquí y aquí...
- Ok. Ya tenemos el dato. La ambulancia va para allá.
- Oiga. Son dos lesionados. Mi esposa y una niña.
- ¿Dos? Van para allá dos ambulancias. Tranquilícese.
Y entonces comprendí que lo que le dije a la mamá de la niña, era lo mismo que debía hacer.
Cuando terminé la llamada vi a Oli ya en la banqueta, recostada, muy pálida, con la ropa hecha jirones, sin zapatos, respirando muy rápido. Le tomé el pulso y quise saber que estaba estable, pero en tres segundos no se toma el pulso. No pude hacerlo. Mi suegra por su parte estaba pálida al punto del desmayo. Pero es una mujer fuerte que sabe enfrentar estas cosas y resistió.
Me volví a Oli y entonces pensé en el estúpido que provocó todo esto.
No sé de dónde, apareció una patrulla de tránsito y el policía me preguntó qué había pasado. Alguien le acercó un papel con los datos de las placas del culpable y, con más polícías cada vez en distintas patrullas, éste primero se dio a la persecución del irresponsable.
Mientras tanto, los demás autos en la calle, desde luego alentaron su velocidad, pero al quedar sólo un carril, también sus conductores evidenciaron su morbo. Lentamente, más lentamente de lo necesario, iban viendo uno a uno el lado izquierdo de nuestro coche, desecho, a la niña en el piso y apenas alcanzaban a ver a Oli que estaba oculta también por el coche nuestro.
Llegó la ambulancia y le pedí que atendieran primero a la niña. Estaba obviamente más grave que Oli y yo sé que estas decisiones son duras, pero son de vida o muerte. Esperaba que llegara pronto la segunda ambulancia.
Pero no llegaba. Cuando estabilizaron a la niña, le pedí a uno de los paramédicos que revisara a Oli. Lo hizo. Le insistieron en lo mismo que le había dicho antes: no se mueva para nada, y se fueron con la niña y su madre destino al hospital.
Pasaron más minutos, quizá unos 5 o 6 y entonces me acordé de mi hija. Ella estaba dentro de la instalación de la Universidad y no sabía nada. Le hablé. Le pregunté cómo iba todo y me dijo que estaban sentadas esperando y que no habían hecho nada aún. Le dije que estaba bien, que se tranquilizara y, desde luego por el tono de mi voz, lo último que alcanzó a decir fue: Si pá, pero ¿que onda?... no como pregunta para mí, sino para ella, como diciendo, ¿qué le pasa a mi padre?
Volví a ver a Oli y seguía tirada. Empezó a llover, la ambulancia no llegaba y nomás veía yo cada vez más patrullas de la policía de tránsito.
Uno de ellos me preguntó:
- ¿Usted es familiar de algún herido?
- Si. Ella es mi esposa, y señalé a Oli.
- No se preocupe. Ya detuvimos al culpable. Lo llevan ahora a la delegación.
- ¿Y qué debo hacer?
- Cuando termine de atender a su esposa, debe ir a la delegación a presentar su denuncia de hechos y levantar la querella contra el culpable.
- ¿A cuál delegación?
- A la que está aquí adelante, junto a los Bomberos.
- Gracias, acerté a decir y nada más.
Regresé con Oli y le pregunté cómo seguía. La vi un poco más tranquila, despierta, consciente. Y mi suegra ya había recogido las cosas de valor que vio dentro del coche. Pero la ambulancia no llegaba. Volví a hablar al 060 y le dije creo que a la misma señorita:
- Oiga, del accidente frente al Polideportivo, sólo llegó una ambulancia y mi esposa sigue sin atención.
- ¿No ha llegado la segunda ambulancia?
- No señorita, y perdone si soy rudo, pero si hubiera llegado, ¿le estaría hablando de nuevo?
- Ahora mismo le envío otra unidad. No se preocupe. Tranquilícese señor. Su esposa va a estar bien. Su nombre es Blas Torillo, ¿verdad?
- Si señorita. Yo le hablé antes.
- Gracias. No se apure. Van para allá.
En ese momento decidí que la ambulancia, cuando llegara, llevaría a Oli al hospital donde nació Oli Bere, aquel que les cuento en
la entrada de abajo. La razón es que ahí es donde le dan servicio médico a los trabajadores del estado y Oli es derecho-habiente. Ahora sé que ella había tomado esa decisión casi desde el principio.
Por fin, a lo lejos, unos 10 o 12 minutos después del accidente, se vieron las luces de la ambulancia que venía, decididamente por Oli. Los coches de los mirones iban tan lento como su morbo les indicaba y cuando al final pudo pasar la ambulancia se detuvo muy cerca de Oli, tirada en la banqueta. Los paramédicos le pusieron un collarín y la subieron a una camilla rígida. Después de que la aseguraron debidamente, le pregunté si los papeles del seguro estaban en el coche. Me dijo si, la subieron y mi suegra se fue con ella.
¡Claro! Había que llamar al seguro. A buscar los datos en el coche. Por fin, en un mar de papeles desordenados por mí en ese momento, encontré el libro de ajustadores y llamé. Mi teléfono no enlazó y un hombre de unos 35 años, que apareció de no sé dónde me dijo, si quiere hablamos desde allí. Dije si y entramos a una tienda a unos 5 metros del lugar de donde estaba el coche. Nos prestaron el teléfono muy amablemente, llamé a la aseguradora, me contestaron y les di mis datos. Luego el hombre, me dijo, "vaya con su esposa; yo me encargo". Y él terminó la llamada (Gracias, como quiera que te llames).
De vuelta en la calle, con el coche completamente dañado del lado izquierdo, y a un lado de algún jefe de tránsito que preguntaba cosas, el hombre de la llamada se me acercó y me dijo:
- Dicen en el seguro que ya terminó su vigencia y no se renovó. Que nada pueden hacer.
El jefe, que resultó ser perito de tránsito me preguntó qué había visto, si yo era testigo y le conté lo que acabo de escribir. Él hizo sus anotaciones, y comenzó a preguntarle a otras personas.
Entonces llegaron mi cuñado Erwin y mi hermana Marina. Me preguntaron que en qué ayudaban. Le pedí a Mari que esperara a las muchachas, que no sabía cuánto tardarían pero que suponían que nosotros estaríamos esperándolas, y a mi cuñado le pedí que me acompañara a la delegación. En cuanto subieron el coche de Oli a la grúa-plataforma, nos pusimos en camino y entonces, a bordo de mi propio auto, sólo entonces empezó mi verdadera angustia y lloré.
Blas Torillo.